La campaña para la presidencia de la República se anuncia larga por la natural y
comprensible indignación que se ha apoderado de los colombianos ante el lamentable
estado de postración ética, política, social y económica que golpea a la Nación. La
corrupción ha invadido todos los espacios de la vida nacional, regional y local,
estableciendo sus cuarteles en todas las instituciones y dependencias estatales. La
sociedad colombiana se ve hoy confrontada al peligro inminente de deslegitimación
institucional que socavaría los cimientos de nuestra democracia.
Todos los ámbitos del Estado han sido invadidos: el ejecutivo, la política, la salud, la
justicia, la educación, las obras públicas, las fuerzas del orden, el sistema electoral, al
amparo de la indiferencia colectiva que acompañó el auge de una nueva y trastocada
ética pública. También floreció en el sector privado y se enraizó en las actividades
cotidianas de los ciudadanos. Los principios y valores se vieron opacados y dieron paso
al “todo vale” como elemento inspirador de la ética social y de la actividad personal. No
extraña entonces que se multiplicaran los escándalos que hoy repudia una ciudadanía
agobiada y hastiada de tanta inmoralidad.
Y a la corrupción le sumaron la impunidad que subyace a lo largo de todo el texto del
acuerdo final con las Farc. No habrá justicia porque la consecución de la paz
supuestamente exigía participación política de los responsables de delitos de lesa
humanidad y graves crímenes de guerra y conversión del narcotrafico en delito conexo al
político. No habrá verdad porque ella se desvanecerá en las declaraciones colectivas de
los miembros de las Farc o corresponderá a relatos forzados de civiles y militares para
acogerse al régimen de un tribunal de justicia, arquitecto de impunidad general. No habrá
reparación de las Farc a sus víctimas, porque ella correrá a cargo del Estado. Y como
consecuencia no habrá garantías de no repetición.
Para imponer semejante claudicación violaron la Constitución, sometieron la
independencia de los poderes judicial y legislativo y se burlaron de la voluntad popular
expresada en el plebiscito del 2 de octubre de 2016.
Se hace necesario derrotar al régimen que tolera la corrupción, consiente la impunidad y
permite la inseguridad, dispensador de beneficios a sus áulicos e insensible a las
dificultades de vida de los ciudadanos. Credibilidad y autoridad serán fundamentales
para rescatar los principios y valores que informan la cultura de lo lícito y para recibir el
mandato de hacerla realidad. No la encarnarán los usufructarios del gobierno de hoy por
más que cambien de ropaje o intercambien coscorrones con los gobernantes de la
vecindad.