El presidente Petro fue a la COP 27 y entregó 10 recomendaciones. Solo puedo compartir dos: la referida a la importancia del Amazonas y los esfuerzos nacionales e internacionales que serán necesarios para salvarlo. La segunda, una idea que muchas veces ha rondado; cambiar deuda internacional por cuidado ambiental, y en el caso de Petro, por inversiones en adaptación y mitigación ante el cambio climático.
Las otras recomendaciones son una escalada de insensateces, nuevamente con una táctica poética que disfraza realidades complejas con mentiras sonoras, pero al fin y al cabo falsas.
La más burda de todas sus propuestas es la que invita a que la banca internacional y multilateral deje de financiar hidrocarburos. Suena bien, pero olvida -o esconde- el presidente el hecho de que hoy casi todo lo que hacemos involucra combustibles fósiles. Los proyectos del agro incluyen toda la urea. Este principal e indispensable abono se obtiene de las explotaciones de gas -con GEI-. También la construcción tiene un severo impacto en el calentamiento global, pues involucra el acero que hoy no podemos hacer sin carbón coque -con GEI- y concreto cuya producción también involucra combustibles fósiles -con severos GEI-.
A esto habría que sumarle todo el sector transporte que sigue siendo dependiente de los hidrocarburos. La transición energética avanza, pero no a la velocidad que se quisiera. No hay aviones eléctricos, ni energía suficiente para pasar todo el transporte a esa modalidad. Así someramente, el Petro le pidió a la banca no volver a financiar proyectos de agro, ni de construcción, ni de transporte… y habría que agregarle todo lo que use plásticos también provenientes de los hidrocarburos. En fin, la propuesta es absurda.
Sugirió al mundo hacer lo que él pretende con Colombia; acabar con el sector de hidrocarburos. Suena bien, pero no es tan simple. Si mañana no se produjera una gota de petróleo o gas o carbón la humanidad la pasaría muy mal. No solo por el invierno que se avecina, sino porque muchos países en su provisión energética también dependen de hidrocarburos: no habría transporte, ni concreto, ni comida, ni luz, ni muchas cosas que definen hoy la vida misma.
Pero además esa idea tiene una falacia fundamental: prohibir un sector necesariamente activa otros. Cabe recordar que las grandes petroleras del mundo como BP, Shell, Chevron, Total, Eni, Exxon invierten miles de millones de dólares en investigación de nuevas energías. Seguramente serán ellas, como Ecopetrol en Colombia, quienes liderarán la producción de nuevas energías. Si se quiebran las petroleras esa riqueza desaparece y no habrá quien invierta en esa investigación. Se requieren eso sí más y mejores incentivos económicos para que se invierta más y más rápido en energías limpias. Eso es lo que el presidente parece no entender.
La solución es y pesa por el mercado, al contrario de lo que opina Petro. Dijo: “Es la hora de la humanidad y no de los mercados”. Se equivoca al ponerlos como antagonistas. Si queremos mayores energías renovables, necesitamos que los mercados las produzcan y las financien.
Cuando Petro propone la agenda de solo la “planificación pública y global, multilateral, la que permite pasar a una economía descarbonizada” dirigida por la ONU no solo contradice su propia visión de que “el acuerdo de tecnócratas influidos por los intereses de las empresas del carbón y el petróleo” no sirve para solucionar el problema del cambio climático, sino que además propone la idea comunista de una económica centralmente planificada. Que no funciona, no ha funcionado ni en la Unión Soviética ni en Cuba ni en Venezuela ni funcionará a nivel global.
Su desprecio por el mercado denota una profunda desconfianza en las libertades ciudadanas. Sobre todo, demuestra su desconocimiento sobre cómo los incentivos económicos son capaces de influir los mercados y marcar el rumbo de las economías.
Eso se refleja en su reforma tributaria -sin un solo aporte a la política industrial- y en su visión estatista de todos los ámbitos vitales. Ahora el Estado nos dice que podemos comer con el rótulo de saludable; que nos debe gustar restringiendo prácticas culturales; y nos quiere administrar la salud, producir los remedios, y quien sabe que más.