Del siglo catorce que despobló a Europa, matando a más de 1/3 de su población vino el Renacimiento y el descubrimiento de América. No sabemos qué pasará en el mundo tras la actual. Las extrapolaciones indican un retroceso de la economía global. Pero ese no es el asunto de esta breve reflexión.
El encerramiento forzado sobre el planeta ha tenido un efecto intangible pero real de, llamémosla, la topografía íntima de las gentes. Las estructuras mentales, la valencia de nuestra consciencia individual y colectiva. No hallaremos nociones de este vuelco interior en las noticias o en la red, atrapadas como están, no en la realidad, sino en la mera inmediatez que es algo distinto.
La opinión pública se nutre de noticias como el paro en una fábrica, sin destacar a las demás industrias que laboraron normalmente. Privilegian lo excepcional. Abusan del efectismo de “persona muerde a un perro” no al revés. Esto a su vez facilita forjar una masa adicta a los golpes de la retórica. En la que el populismo puede tener razón como protesta, pero no como esperanza.
Para medir una mutación de la consciencia colectiva se requiere de un delicado detector que capte milenios, de unas memorias de sensibilidad muy antiguas.
Así las distintas religiones coinciden en apreciar la vida. El escueto “No matarás” le ha sido (sin mucho éxito la verdad) reiterado a los humanos desde hace más de cinco mil años. ¿Ha funcionado? Pues parece que sí, a medias.
Borges me decía, pero también lo dijo públicamente, que Stalin y Hitler procuraban disimular sus genocidios. Ese disimulo fue una hipocresía por supuesto, pero la hipocresía también se conoce como una venia que el vicio hace a la virtud. En cambio, quinientos años antes de Cristo, Alejandro Magno no disimulaba nada. Se jactaba de sus asesinatos. Y para que no pasasen inadvertidos construía pirámides con las calaveras de sus enemigos para mostrarlas al mundo y lo temiesen. Algo ha cambiado desde entonces, decía.
La predica milenaria de los sacerdotes, de las distintas memorias religiosas parece que ha hecho mella en nuestra callosidad, en nuestros instintos predadores.
En cambio, el actual encerramiento forzado si produce un cambio individual inmediato. Hay muchos pedidos de divorcio, en los que mujeres y hombres descubren que no resisten tener a su familia por cárcel. Pero poco se dice de todos aquellos que descubren la alegría de vivir en compañía, o la alegría de vivir en recogida soledad. En todo caso la sensibilidad ha sido mutada, el mundo no será lo que fue.
El presente miedo evidencia la realidad de los pronósticos de varios científicos (creíbles) sobre la destrucción de la capa de ozono, la polución del aire, las epidemias, el uso de máscaras para poder salir a la calle hacia mediados de este siglo. Todo esto nos parece más verosímil, más factible tras el ejercicio forzado que nos impuso la madre naturaleza. Con la peste, la actitud de la consciencia no será la misma.