DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 8 de Septiembre de 2011

Periodistas y septiembre 11


“No se presencia impunemente una tragedia de esas magnitudes”


EL  ataque a las Torres Gemelas cambió la manera de informar sobre el terrorismo. Los periodistas jamás se volvieron a aproximar al tema con el espíritu ligero y distante que caracterizó las épocas anteriores. Desaparecieron la frialdad y la despreocupación por el efecto de las noticias y la forma como se transmiten, que los medios justificaban como una muestra de profesionalismo y objetividad.
Esta tragedia estremeció no sólo los cimientos del World Trade Center sino el alma de quienes tuvieron que comunicársela al mundo.


Mientras los edificios se derrumbaban, los reflectores mediáticos siguieron clavados en las imágenes de la desgracia de Nueva York. Cuando las muertes, el humo y el fuego les dieron un respiro, dejaron de centrarse sólo en los victimarios y descubrieron a las víctimas. Desde entonces se viene acentuando la atención sobre quienes sufren la violencia y se disipó el embrujo que los mantenía atados a las noticias sobre los victimarios.
Este cambio sustancial colocó la función informativa en donde debía estar, lejos de la fascinación por los victimarios, cuyas historias, muchas veces dibujadas con pinceladas de leyenda, copaban la mayor parte del espacio noticioso.


El New York Times, por ejemplo, mostró a las víctimas cuando estaban vivas y no con la relación detallada de su estado después de muertas.


No fue una moda pasajera, sino un estilo serio de informar sobre quién era cada persona y cómo vivía. El fallecido ya no era un NN sino un ser humano, como el periodista.


Por eso la tragedia se sintió como personal. A nadie le conmueve la cifra escueta de muertos y heridos. A todos nos estremece la forma horrible de morir si sabemos cómo era la persona, sus padres, su esposa, los hijos, cuál era el trabajo y cuáles las infortunadas coincidencias que la atravesaron en la trayectoria de los aviones asesinos.


El impacto generó restricciones que los mismos periodistas les aplicaron a los aspectos más espeluznantes de lo que pasaba ante sus ojos. Por eso se vieron pocas imágenes de la gente que saltaba de los pisos altos, acosada por el incendio. No eran suicidios sino escapes del infierno. Y una acertada actitud de los periodistas los dejó escapar en paz. Con el alma de los espectadores hecha trizas, pero en paz y con la dignidad que reclama la muerte.


Algunos hablaron de autocensura. Pero no es así, mejor hablemos de ejercicio responsable del periodismo, que dejó una lección duradera.


En medio de ese horror, los periodistas descubrieron que no se presencia impunemente una tragedia de esas dimensiones. Se vieron vulnerables. Reconocieron que los golpeaban los acontecimientos y que la obligación de presenciarlos y de informar no es una coraza que los defienda del impacto emocional. Muchos tuvieron que recibir tratamiento siquiátrico. Y, por extensión, los corresponsales de guerra descubrieron que también les sucedía lo mismo. Su comportamiento tampoco siguió siendo el de antes, ahora fueron conscientes de la forma como la violencia deja su huella en los comportamientos. Y esto vale para todas violencias y todas las guerras, incluyendo, por supuesto, la que se libra en las calles de las grandes metrópolis.


Definitivamente, después de ese 11 de septiembre fatídico ni el periodismo ni los periodistas siguen siendo los mismos de antes. Algo perfectamente lógico pues el mundo entero tampoco siguió igual.