DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Septiembre de 2011

Una lección aprendida
En  estos tiempos, donde la plaza pública moderna es la televisión, el pulso entre el presidente Juan Manuel Santos y el vicepresidente Angelino Garzón, fue un espectáculo que dejó varias lecciones para los actores protagónicos y secundarios de nuestra democracia, incluidos los espectadores, los que elegimos.
Al parecer, no se aprendieron en su totalidad las lecciones del pasado que condujeron al exceso de confianza, llevaron a varios funcionarios a pasarse de faena en el ejercicio del poder y a abusar de la democracia mediática.
Lo que se destapó durante esta semana fue el pulso por la sucesión presidencial, los riesgos que conlleva el maltrato personal en un gobierno de estrato seis, y lo insano para la democracia del unanimismo en el análisis político.
El vicepresidente Angelino Garzón fue convocado por el candidato Santos, precisamente, por ser quien es. Líder social, cercano a los sindicatos, de origen popular. Para blindarse frente a los menos favorecidos y frente a la comunidad internacional en el tema de los Derechos Humanos. El presidente Santos subestimó a Angelino, al suponer que era una figura decorativa.
Y a su vez, al vicepresidente Angelino se le fue la mano en la expresión pública y constante de las diferencias de criterio frente a sus compañeros de Gobierno, fundamentalmente en temas sociales. Pero, tal vez, su peor error fue su apetito burocrático, en aras de una candidatura presidencial en el futuro. Esta actitud le generó sindicato de precandidatos en contra, como Germán Vargas Lleras, un ex presidente que quiere posicionar a su joven hijo como futuro candidato presidencial y el entorno del presidente Santos que analiza el escenario de la reelección.
El exceso de celo del anillo presidencial llevó a algunos subalternos del presidente Santos a equivocarse en el trato displicente con Angelino Garzón, no acorde con quien ostenta la figura del Vicepresidente, elegido por votación popular, mientras la interlocución directa con el Presidente se hacía cada vez más escasa.
El gran esfuerzo del presidente Santos ha sido volver a institucionalizar el país, por encima de los liderazgos personales. En ese esfuerzo de institucionalización democrática y de interlocución con todos los sectores debería incluir más a las bases, más a los humildes. Porque Angelino Garzón no sólo se representa a sí mismo sino a sectores de la población tradicionalmente ignorados. El movimiento sindical de los últimos días es un síntoma para estar alertas.
Estamos estrenando un estilo desconocido de ejercer la Vicepresidencia. Un Vicepresidente empoderado, que sabe lo que representa la dignidad de su cargo y el compromiso que tiene con los sectores más desfavorecidos de la población. Ni renuncia ni se acomoda en cuestión de principios, ni permite que vulneren la dignidad de su origen humilde, que ostenta con orgullo.
Este pulso entre Presidente y Vicepresidente nos dejó varias lecciones aprendidas. Al Vicepresidente menos populismo, al Presidente más diálogo directo con su segundo a bordo, a los aspirantes a suceder a Santos a no subestimar al competidor y a los ciudadanos nos permite vislumbrar los riesgos del unanimismo.