El discurso del presidente Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas revela, no solamente su menguada comprensión de los cambios que vivimos, sino también su desatinada agenda política y la de sus escondidas intenciones.
El presidente no alcanza a distinguir y entender los nuevos fenómenos que en este mundo posmoderno vienen suscitando la aparición de paradigmas que irrumpen en la cultura, el trabajo y las herramientas de la productividad. Anclado en la traducción leninista de los postulados de Marx y Engels, no se percata de que los permanentes avances tecnológicos hacen del conocimiento, de la información y de la innovación los elementos de la productividad, del crecimiento económico y de la prosperidad social que emancipan a las sociedades de las ataduras de la lucha de clases que inexplicablemente aún se pregona.
Esas falencias estimulan discursos delirantes que no han sido extraños en ese escenario onusiano, generalmente prodigados por personajes semejantes, como Fidel Castro, Gadafi, Yaser Arafat, Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez, entre otros, caracterizados por su naturaleza circense, pero revestidos de ardiente agresividad y que siempre se tradujeron en aislamientos que para algunos determinaron su desaparición y olvido en el escenario internacional. Si el propósito del presidente era el de proveer un nuevo liderazgo a la izquierda continental que sucediera al interrumpido intento de Chávez, lo único que logro mejorar fue la composición literaria.
Fueron muchas y variadas las licencias a la verdad y a los intereses estratégicos de Colombia que el presidente se permitió a lo largo de su discurso. Ni la coca es originaria del Amazonas, ni la deforestación que esta padece es producto del cultivo de la hoja de coca. Atribuir los efectos negativos del cambio climático únicamente al consumismo aparentemente sin límites en las economías caracterizadas por el uso de energías fósiles, supuestamente pródigas en explotaciones indebidas sociales y laborales y culpables de la escasez de los recursos naturales, se convierte en ejercicio engañoso sin señalar los peligros reales de la conversión de la coca en cocaína, las descomunales rentas que de ella se obtienen y, por ende, sus impactos sobre la seguridad hemisférica.
Para el presidente el capital es la causa del desastre climático y genera muerte porque la productividad y el consumo enriquecen a unos adictos a las ganancias y al dinero, que según él proliferan en los estados del hemisferio norte. Descomunal diatriba que destapa la imagen de un presidente radical, representante de una izquierda paleolítica que solo encuentra eco en regímenes parias, y que nos puede condenar a un aislacionismo degradante y subalterno contrario a las exigencias de los intereses nacionales.
Esa desafortunada intervención acrecienta las incertidumbres de un inicio errático, de perfiles vengativos y de improvisaciones inesperadas del mandato presidencial, que se amalgaman improvisadamente bajo la bandera de la paz total, cuyos contenidos difusos parecen obedecer a una impunidad general para los autores de delitos de muy variadas configuraciones, como resultado del mentado acuerdo de la Picota días antes de las elecciones. Un escenario dantesco en el que se puede perder hasta la esperanza.