Estar a favor o en contra de Álvaro Uribe Vélez se volvió el dilema político por excelencia de los colombianos durante el siglo XXI. El reciente llamado a juicio por parte de la Fiscalía al expresidente Uribe lo pone una vez más de presente. Independiente del resultado de dicho proceso, es claro que jamás en Colombia un político ha logrado retener tanto la atención de viejas y nuevas generaciones como para exigir anticipar una valoración sobre dicho personaje y las consecuencias que ello depare. Un fenómeno como el anterior es difícil de explicar y no menos fácil de comprender. El mismo Uribe, al estar vivo, influye en la percepción y valoración que tengan de él. Además, cualquier colombiano que se proponga superar el legado de Uribe, ya sea en contra o favor de su herencia, debe dar respuesta a los desafíos que permitieron que un fenómeno extraordinario como el liderazgo del expresidente siga aún vigente.
Y no es para menos participar del “affaire Uribe”, puesto que los ciudadanos en una república como la de Colombia no han estado acostumbrados a que sus presidentes gobiernen más de cuatro años y sean reelectos; que además logren, ya siendo exmandatarios, seguir influyendo de manera decisiva en la elección de sus sucesores, como fue el caso de Juan Manuel Santos e Iván Duque; y que incluso, un presidente como el actual, haya logrado hacerse elegir no en menor medida por oponerse a lo que denominó “el Uribato”.
La razón por la cual el “affaire Uribe” se mantiene vigente es, sin lugar a duda, la profunda insatisfacción que los colombianos tiene frente a una necesidad vital: la seguridad. En la medida que la amenaza terrorista encarnada en la subversión comunista de grupos armados como el Eln y las Farc se mantenga activa, mientras los mandatarios del país se nieguen, por acción u omisión, a actuar en contra de éstos y para colmo de males, si se mantiene la insistencia en prohibir, denunciar y desmovilizar a los ciudadanos colombianos que se armen para defenderse legítimamente, el legado de la denominada “seguridad democrática” liderada por Uribe y la agenda política que ello conlleva, seguirá marcando la pauta de la política colombiana, para bien o para mal.
El anterior diagnóstico ya lo había planteado con una lucidez sin par la periodista Diana Duque Gómez en su libro “Uribe: el gran embuste, bitácora de una traición”, publicado en el año 2006 y disponible libremente en la web. Para Duque era evidente que la lucha en Colombia contra la subversión comunista se libra en medio de una guerra de carácter irregular, por lo que el combate típicamente regular de la Fuerza Pública era capaz de contener al terrorismo que el comunismo protagoniza, pero no de derrotarlo. Uribe en últimas, bajo dicho diagnóstico, fue alguien capaz de contener la amenaza subversiva del comunismo desde el frente militar, pero no en el político y el ideológico. La prueba de esto es el gobierno del presidente Petro, un exguerrillero afín a la subversión liderada por las Farc y el Eln, quien fue indultado en 1990 por sus crímenes y que sin armas se creía dejaría de ser peligroso para el país. En lo corrido de su mandato ha demostrado que los subversivos siguen siendo solidarios en sus objetivos desde frentes diferentes al estrictamente militar. Mientras no se tenga en cuenta esto, el “affaire Uribe” gozara de larga vida.