El incumplimiento del Presidente a los acuerdos con la guerrilla colombiana debilita la credibilidad del Estado para cualquier otro acuerdo futuro o posible. Sea este del orden nacional o internacional. La pérdida de la palabra empeñada ante la ONU, y ante los garantes de las arduas negociaciones puede complacer a la extrema derecha, pero reduce la capacidad de suscitar solidaridad frente a posibles vecinos hostiles, contra los traficantes que están siendo apuntalados por el incremento de la demanda de drogas de Norteamérica, y nos aísla ante las diferencias limítrofes subsistentes con países como Nicaragua.
Esa decisión de destruir el acuerdo con la guerrilla proviene de una actitud triunfalista, que ve las cosas a corto plazo. Supone que ya el régimen de Maduro está liquidado. Que las guerrillas no pueden revivir. Que las existentes están por desaparecer, y que este tercer gobierno de Uribe se prolongará indefinidamente. Es decir, sus premisas suponen demasiadas cosas algunas de las cuales pueden o no ser ciertas. Pero en suma impide la flexibilidad para obrar si falla alguna, y debilita las alianzas internacionales que en estos últimos años nos han beneficiado.
Este cortoplacismo localista afectará las inversiones internacionales. Habrá menos confianza hacia la estabilidad económica o institucional de Colombia. Fortalecerá a los sectores más radicales de la insurgencia para continuar en ella. Lo cual unido al multimillonario mercado con demanda asegurada por el continuo aumento de los consumidores norteños, garantiza un estado de cosas explosivo, inmune a ese cortoplacismo. A menos claro está que Duque crea que puede invadir a Estados Unidos e imponerle su código de policía para impedir el consumo. Pero el apunte no da para tanto. Él no tiene ni idea que hacer con Maduro a largo plazo, y ha cortado toda comunicación con esa dictadura, lo cual es un error no solo de gobierno sino de Estado. La frontera con ese país exige acuerdos conjuntos de hecho, y el impacto social sobre los departamentos de los Santander y Arauca no puede depender de silogismos a futuro de políticos inexpertos.
Mientras tanto EEUU ha pedido a sus diplomáticos en Venezuela abandonar el país. Es decir, toma las de Villadiego, y olvida el compromiso de dejarlos allá a pedido del presidente legítimo, Juan Guaidó. Estados Unidos puede dejar a sus aliados colgados de la brocha. Lo ha hecho antes cuando le ha parecido oportuno. O si conviene a la reelección de Trump puede (hace parte de lo posible) intentar otra invasión como la de Kennedy contra Fidel Castro en Bahía Cochinos, lo que perpetuó al dictador. En cambio, Colombia no puede cambiar de vecino a voluntad. Este pequeño detalle se le ha escapado al adlátere de Uribe. Destruir el acuerdo con la guerrilla deja la impresión de querer ocultar los crímenes de Estado en los que pudiera haber incurrido su protector. La justicia especial para la paz garantiza que la verdad aflore, y hay poderosos intereses para que eso no ocurra nunca.