El mensaje del domingo fue contundente y no da espacio para interpretaciones acomodaticias. Los colombianos están hastiados de una clase política cada vez más mediocre, pero simultáneamente más voraz, que ha logrado degradar el sistema político hasta convertirlo en un remedo de democracia. Consumida en el frenético reparto de prebendas y privilegios, no reparó en la creciente deslegitimación de las instituciones, ni percibió las señales del desapego e inconformidad de los ciudadanos, ni se enteró del empobrecimiento de vastos sectores de la población. Vanas fueron las advertencias de los que alzaron su voz, sujetos a toda clase de estigmatizaciones. Hoy, nadie puede extrañarse por el afán de cambio que anima a los colombianos y que exige respuesta inmediata y creíble, que nos devuelva confianza y esperanza en nuestro futuro.
Los dos candidatos triunfantes en la primera vuelta se presentan naturalmente como los arquitectos del cambio, distantes entre sí, no solamente por sus historias de vida, sino también por los arquetipos que caracterizan sus visiones para una sociedad libre de ataduras pasadas y expectante de nuevos pilares del cambio prometido.
Petro se formó en el evangelio de la lucha de clases, en los manuales de la dictadura del proletariado y del centralismo burocrático que legitimaron la combinación de todas las formas de lucha, y que hoy presenta preñada de futuro, sin reparar en la carga sistemática de esperanzas fallidas a lo largo del siglo pasado y de lo que va corrido del presente. Es el adalid del Estado proveedor de todos los bienes y servicios, administrador de sueños incumplibles, pero también rector vigilante de toda actividad del ciudadano, compelido al silencioso obedecimiento a riesgo de perder hasta la vida, lo que explica su sinuosa retórica en la que aflora la sospecha del engaño. En este siglo, la aceptación de semejante servidumbre debe más a la ignorancia que al halo promisorio que pretende toda utopía por incierta que sea. Prohíbe hasta los ensueños y la esperanza que constituyen los nutrientes indispensables de la vida.
Rodolfo se forjó en la dura disciplina del esfuerzo que le permitió superar cada uno de los obstáculos que las rigideces de todas las épocas sembraron en su camino. Se dotó de una voluntad inquebrantable y de un espíritu luchador que le permitieron elevarse a la cima de una sociedad que hoy reclama por ejemplos como el suyo, para transitar por iguales senderos y hacer cierta y real la promesa de un país de oportunidades, accesible a todos los que se hallen dispuestos a construirlo y resguardarlo. Ello explica su vertiginoso ascenso en la consideración de los colombianos que perciben las potencialidades de su patria, la riqueza de su diversidad y de sus culturas, los dones que le prodiga su exuberante naturaleza y las promesas que ofrece una democracia renovada y conducida por quien conoce mejor que nadie como alcanzar los premios que el esfuerzo permite en una sociedad que sepa ofrecer las mismas herramientas a todos sus miembros.
Si se trata de cambio, Rodolfo lo encarna mejor que nadie. Confirmémoslo el 19 de junio.