"Presidencia no se gana sin tener a favor las principales ciudades”
En política la percepción es la realidad o al menos un grave aspecto de ella. El aforismo de Nietzsche “hay que atreverse a juzgar por las apariencias” hoy predomina y todos los esfuerzos para cambiar esa imagen facilista y movilizadora de voluntades, se convierte en parte de la controversia. El asunto es que ese candidato es más conocido por lo Lleras que por lo Vargas en una Colombia cansada de nepotismo y de “dinastías democráticas” y tantas otras contradicciones en los términos que abundan en la fauna y flora nacional. Él por supuesto, tiene un recorrido y un trabajo que se ve en la infraestructura y aeroportuaria, y en la legislación a favor de las víctimas de la violencia. Pero al mismo tiempo al ser heredero de un apellido ligado con la modernización del país tenía un condicionamiento, tal como lo tendría un Graco en Roma que optara por negar u omitir las reformas sociales de sus antecesores. Pero prefirió aparecer en público llamando “gamín” a un contradictor, y pegándole a un empleado. Y lo juzgan por esa apariencia, y no es una imagen saludable. A eso se une la percepción centralista. La preferencia de las componendas hechas en los clubes de Bogotá con poca injerencia y presencia de la provincia. De modo que sin un espejo que en que se viera a sí mismo como se le percibe de ser persona irascible, etnocéntrico y elitista, optó por fortalecer el centralismo y el derechismo nominó para vicepresidente a un exministro de defensa a quien los guasones llaman “Robocop”.
Y esto a mi modo de ver fue el último clavo de su féretro. Su intento tardío de ocupar un campo ya tomado por la ultra derecha, tras una larga vicepresidencia, resultaba demasiado forzado. Sus tardías reticencias ante el acuerdo de paz para distanciarse del presidente Santos semejan a un jinete cambiando de caballo a la mitad de la carrera, de nuevo es una apariencia y la gente se atreve a juzgar por ella. Podría también parecer que esta autopsia es la de un galeno tras los hechos cumplidos, pero cuando los mentideros políticos dieron por averiguado que él sería inexorablemente el próximo presidente, quisieranlo o no, disentí aquí de ese fatalismo al que llegaban vía los silogismos. Sigo creyendo que la presidencia no se gana sin tener a su favor las principales ciudades del país, y él no tiene ni siquiera la de Bogotá. Antes bien allí tiene un repudio general gracias al actual alcalde de su corriente, que es el peor en muchos decenios.
Por si fuera poco, el sostén partidista suyo se llama Cambio Radical, que no es cambio ni es radical, sino una asociación que permite a los presos por paramilitarismo y peculado perpetuarse con testaferros políticos, muchos de ellos parientes como conviene a las dinastías democráticas que Vargas Lleras inadvertidamente encarnó. Y no repetiré lo que los guasones llaman a ese cambio radical, pero no es amable.