Aclaro al paciente lector que esta columna no versa sobre los honorables congresistas de país alguno.
Ocurre que durante medio siglo el Dr. Watson (no el médico amigo de Sherlock Holmes) dirigió una investigación sobre macacos en la isla japonesa de Koshima. Les arrojaban batatas en la costa a los monos. Hasta que una mona limpió las batatas con agua de mar quitándole la molesta arena. Pronto los macacos jóvenes hicieron lo propio. Y algunos pocos más veteranos lo hicieron por imitación. Hasta ahí todo normal, y ningún aporte nuevo. Pero vino a ocurrir lo que los experimentadores llaman el brote de la masa crítica, o el centésimo mono, cuando los macacos de las islas vecinas, sin que hubiese contacto entre ellos, ¡hicieron lo propio! Y esto se extendió a todo el archipiélago.
El filósofo europeo de la complejidad Edgar Morin, notó algo similar entre los vegetales. A un árbol le quitaban todas las ramas, el árbol activaba sus defensas antiparasitarias segregándolas en su corteza. Y pronto los árboles vecinos hacían lo mismo, aunque tuviesen intactas las ramas. Es decir, había una suerte de consciencia colectiva que se activaba. Un neurólogo portugués Antonio Damasio, prestigioso profesor en varias universidades norteamericanas, ha mostrado que entre los humanos las emociones y los sentimientos son las valencias esenciales de su racionalidad y no lo contrario como lo creen los logo-centristas. Vale decir que esa intensidad de los sentimientos es previo y universal.
De forma análoga, la actual peste del coronavirus propició, por falta de consumo, la crisis petrolera en la sociedad. Esto permitió que un centésimo mono completara el punto de la masa crítica, un empujón a las formas alternativas de desarrollo. Hizo evidente que la energía con base en el petróleo es una locura para toda la especie. Esa masa crítica ya se venía gestando desde los años sesenta. Y se tradujo en los informes del Club de Roma con títulos admonitorios como “La humanidad en la disyuntiva” y “Norte-Sur, un programa para la sobrevivencia”.
Las reuniones en Vevey Suiza, las presidia el Canciller alemán Willy Brandt, a quien conocí. Y paralelas a estas reuniones de economía política que advertían lo que ha venido ocurriendo, también en Francia se desarrollaron antes de la guerra las conferencias de Eranos, de pensadores que prevenían contra una suerte de muerte del alma que se gestaba en el pensamiento, o en su faltante. Esas reuniones en la abadía cisterciense de Pontigny en la que se dieron cita personajes como Malraux, Mauriac, Raymond Aron, Gide, Carl Jung, Bachelard, Mircea Eiade, Gershom Scholem y Olga Fröbe (y no me atrevo agregar un disminuidor “etc.”). Ellos han sido los predecesores de esa masa crítica que según creo, podría salvar al mundo de tener que salir con máscaras de oxígeno para el año 2050. Lo que quizá no importe mucho a algunos fundamentalistas o a los intereses petroleros creados, pero que al resto de los monos que hacemos parte de la masa crítica, sí.