Reposa majestuoso en las serranías entre Tabio y Tenjo a unos cuarenta kilómetros del centro de Bogotá. Fue un portal sagrado que comunicaba con el infinito según la cultura muisca, por él cual descendió el dios Bochica. Y en él esculpieron unas enigmáticas caras gigantes que aún la civilización no logra del todo destruir ni explicar. Algunos lo escriben con H, por respeto a la pronunciación nativa no la empleo. Los vecinos aseguran ver ocasionales platillos voladores y luces a su alrededor, lo afirman lugareños a los que les confío cosas más cotidianas y aterrizadas en cuya credibilidad creo. Pero de esto solo puedo decir a ciencia cierta, como en la antigua crónica rimada del clásico Castellanos, “si alguno dijere ser comento, como me lo contaron se los cuento.”
En cuanto a las luces avistadas, hay otras versiones. Cuando Miguel Santamaría Dávila fue gobernador del departamento y salíamos a caminar por ese boquerón, dijo haber enviado geólogos al sitio. Descubrieron que el cerro era una anomalía geológica, que contenía muchos más minerales concentrados que todo el resto de los picos vecinos, y tenía una cierta diferencia de magnetismo.
Tanto Tabio como Tenjo están rodeados y protegidos en ese boquerón por el cerco de la cordillera de los Andes.
En el idioma muisca ambos nombres hacen referencia a ese hecho. Tabio además goza de aguas termales que es una fuente de atracción y de ingresos. Mientras que Tenjo, más poblado, es ya una suerte de metástasis de Bogotá. Y por su floricultura masiva tras medio siglo, ha sufrido el nivel freático de las aguas, y erodado amplias zonas ayer de cultivo.
A ese gran boquerón acudían en luna llena el Zaque con su comitiva y sus mujeres, cazaban venado, hacían libaciones a los dioses muiscas, y en la noche se bañaban en las reconfortantes y calientes aguas minerales que brotan en las peñas de lo que hoy es la población de Tabio. Esas aguas termales proceden de la serranía de Juaica y mitigan según entendidos la ciática, neuralgias, várices, artritis, y otras afecciones de los huesos.
Tabio es una población que, gracias al bello empedrado, similar al “pavé” medieval europeo, logró mantener su acogedora característica, a diferencia de otras poblaciones de la sabana que padecieron una pavimentación urbana indiferenciada e igualoíde. Se requirió, lo sé de primera mano, un esfuerzo cultural para que fuera aceptado.
Juaica significa en chibcha “nido de amor”, no es palabra aguda como tantos sitios en ese idioma “Zipaquirá, Chocontá, Fusagasugá, Facatativá y, obvio, Bogotá. En contraste con el latín que evita las palabras agudas como si hallase desdoroso acentuar la vocal que quedó rezagada.
Desde esa sagrada peña, lo digo con pena, se arrojaron decenas de indígenas por el choque cultural de la conquista. Y hoy los habitantes en ocasiones protestan contra las torres de alta energía eléctrica que se proyectan construir sobre el filo de la serranía de Juaica o una carretera para tracto-mulas que dividiría su armonía.