Los resultados del referendo constitucional en Chile marcan el punto de inflexión del proyecto de imposición de la agenda progresista en las Américas y el inicio de procesos políticos que permitan atender las premuras del cambio con mayores instrumentos para convergencias y concertaciones que consoliden los pilares del estado democrático. Con una participación del 85%, sin precedentes en democracias, los chilenos en decisión ampliamente mayoritaria pusieron fin al desbordamiento de utopías con las que se pretendió extinguir hasta los propios cimientos de la nación austral.
El espíritu adánico que prevalece hoy en la izquierda autodenominada progresista, al compás de una supuesta corrección política, pretende erigirse en fundacional, desdeñosa de todo logro pasado, que juzga la historia con la miopía de quienes no entienden que ella es maestra para desentrañar los errores cometidos, pero también para corregir e inspirar la formulación de valores que favorezcan y fortalezcan mayor humanidad en el devenir de las sociedades.
Los convencionistas chilenos creyeron que de las ruinas del sistema podían levantar arbitrariamente una arquitectura constitucional que solo obedeciera a las quimeras y simbologías que atormentan las conciencias de los paladines de la corrección histórica, y con ello cavaron la tumba de sus esperpentos creativos. Allí feneció el indigenismo levantisco y supuesto dueño del territorio, la conversión de todo deseo en derecho, la imposición de normas constitucionales para erradicar las voces contradictorias y la utopía como valor fundante de una nueva tiranía. El acto de contrición del presidente Boric reconforta porque indica la comprensión de lo acontecido.
Toda Constitución es un pacto social y político y por lo mismo supremo estatuto de convivencia pacífica de una sociedad. La historia de los regímenes democráticos así lo enseñan y Chile no era una excepción como lo indican los resultados del pacto de concertación que le permitió alcanzar índices y metas de progreso social, económico y político y dejar atrás los efectos y recuerdos de la dictadura. Para los colombianos, consiste en un mensaje poderoso e instructivo para los momentos de incertidumbre por los que al parecer atravesamos. Por ello, legitimo sinsabor ha despertado la reacción del presidente Petro ante el resultado del referendo constitucional chileno. Calificarlo como el retorno de Pinochet, no solo constituye agravio improcedente e injustificado a todo el pueblo chileno, impropio de un presidente de país amigo, sino que también devela un espíritu militante que parece aferrarse al despropósito de imponer un orden constitucional que refleje los contenidos de su parcialidad política.
La lectura del cambio en Colombia no puede convertirse en la continuidad o reedición de pasados y presente de violencia, que tantas heridas ha dejado en la conciencia nacional, ni conducirse con apego al ideologismo en boga. Nuestro futuro como nación reposa en la inmensa riqueza cultural que le es propia y que debe confluir en unidad en la consecución de objetivos comunes y no en compartimentación de las diversidades étnica y cultural que pregona la cartilla ideológica derrotada en Chile.
La partitura que hasta hoy se ejecuta despierta legítimos temores. El presidente debe entenderlo para no establecer el caos.