Cuando lo nombraron en Colombia, en abril del 2014, advertí aquí que eso evidenciaba la importancia que Washington daba a Colombia como aliado geopolítico. Que se trataba del diplomático de más alto rango que había venido al país desde que Bolívar recibió al embajador Harrison.
Mis amigos de la extrema derecha cuestionaron ese argumento diciendo que “una golondrina no trae el verano”, y que Estados Unidos no apoyaría un acuerdo con los “narco políticos de las Farc”.
Pues bien, estamos en verano y mis amigos del Centro Democrático quedaron a la derecha de la ONU con sus casi doscientos países, del Papa, de Norte América, y del sentir de la mayoría del pueblo colombiano, incluyendo por supuesto a las víctimas del conflicto, lo cual es aún más importante y significativo. El acuerdo es un hecho y es un hecho histórico de la más grande trascendencia. Equivale al acuerdo entre liberales y conservadores tras la guerra de los Mil Días.
La oposición al acuerdo de La Habana negó que éste fuese posible, acusó al presidente Santos de ser “un traidor”, adujó que la guerrilla no entregaría las armas, antes bien se fortalecerían mientras ganaban tiempo y espacio. Y cuando todo esto fue disipado por la realidad y ya se han desmovilizado, propone hacerles conejo y desmontar lo acordado. Pretenden reiniciar todo el largo camino y devolvernos a una guerra sin fin a la vista. Acabando para siempre la credibilidad del Estado colombiano para hacer pactos. Todavía hoy niegan que en el país haya habido un conflicto interno. Que se trata de una insurrección insignificante. Pero cuando tuvieron el gobierno no lograron acabarla. Violaron la Constitución vía el cohecho, aduciendo que la reelección de Uribe permitiría conseguiría exterminar a la guerrilla en dos años…
Pero el último año de esos ocho, se notó que había una curva marginal decreciente en el enfrentamiento hasta entonces victorioso de las Fuerzas Armadas. Que la guerrilla volvía por sus fueros y que la sistemática violación a los derechos humanos era un bochorno internacional, que aquí llamaban ´falsos positivos”. De modo que su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, el más enterado de la realidad de lo que ocurría, optó y logró un acuerdo. Apoyado por el Embajador Whitaker representando con dignidad la política del presidente Obama. Y con un apoyo internacional que su provinciano antecesor nunca tuvo. El triunfo decisorio de lo ocurrido se debe a esos apoyos extranjeros, cuyo reconocimiento el país está en mora de darles.