Las últimas declaraciones de Donald Trump en la Casa Blanca y las primeras del presidente electo Joe Biden, indican que un mes después de las elecciones los Estados Unidos se disponen a reanudar su atención a los retos que suponen los poderes emergentes de China y de las potencias islámicas, Irán y Turquía. Después de una tensa campaña electoral y concluido un azaroso escenario postelectoral, las declaraciones del presidente electo al New York Times notifican a sus rivales las directrices de la nueva administración que señalan, en temas sustanciales de política exterior, continuidad con las ejecutadas por la administración anterior en lo que atañe a los desafíos que se avizoran para la seguridad y estabilidad internacionales.
Frente a la creciente expansión geopolítica del discurso nacionalista e imperial de Xi Jinping, acelerada por la pandemia y bajo aparente motivación de solidaridad con otras naciones, Joe Biden afirmó sin ambages su intención de contener al régimen chino con consenso bipartidista para ejecutar políticas industriales masivas e inversiones en investigaciones que permitan competir mejor, así como poner bajo cintura robos de propiedad industrial, dumping de productos, subsidios ilegales a corporaciones, tan usuales en los comportamientos del gigante asiático. Buscará igualmente fortalecer las alianzas regionales para responder con coherencia al ánimo expansionista de la mayor potencia autocrática, que no lleva en su ADN la más mínima huella de valores y principios democráticos, pero que procura exportar su sistema a otros confines, como ya lo hizo brutalmente en Hong Kong y pretende replicarlo en Taiwán y otras naciones del sureste asiático y del Mar de China, con la consiguiente amenaza para Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.
En el Medio Oriente, las actividades terroristas de Irán en el Líbano, Siria, Yemen e Irak, en criterio de Biden hacen necesario un control estricto al plan nuclear de los ayatolás e implica una reforma al acuerdo con Irán, dotado de mecanismos de supervisión ineficientes, para evitar que el arma nuclear en manos de Irán implique la mayor amenaza a la estabilidad, seguridad y, eventualmte, a la supervivencia de los pueblos de la región. Por otra parte, Turquía, la otra potencia militar islámica, miembro de la OTAN, actúa como rueda suelta en un escenario que se extiende desde el Mediterráneo Oriental hasta los Urales, sembrando discordias e incitando conflictos.
Ningún gobierno de América Latina puede ignorar que nuestra región es hoy propicia a vivir las situaciones y amenazas que sacuden a las otras regiones del orbe. La China de Xi Jinping suscita expectativas y solidaridades en gobiernos seducidos por sus contribuciones económicas en obras y préstamos para sociedades sacudidas por los efectos del Covid-19, distraídos como están de su presencia y de la de Irán y Turquía en Venezuela, que se suman a la de Hezbola, y se acompaña del padrinazgo cubano y de la favorabilidad que les dispensan los partidos afines a los grupos de Sao Paolo y de Puebla.
Ojalá nuestros gobernantes comprendan la dimensión de los retos que nos esperan.