Ha sido cuestionado por su tardanza en cerrar el aeropuerto El Dorado, uno de los más concurridos de centro y Suramérica, ante esta nueva pandemia. La alcaldesa de Bogotá lo increpó. Se sabe que varios viajeros llegaron enfermos. Y que en estos casos el tiempo previo es valioso.
El Presidente podría poner tanta diligencia en esto como a sus paseos en familia, sería justo. Pero no hay que ser demasiado severo, su autonomía de gobierno está supeditada. El suyo es un paseo mediocre, un caso fortuito, y el tercer gobierno por mano ajena de un caudillo derechista. Caudillo rodeado de criminales que él dice no conocer, o que se siente sorprendido si conoció. Pero que aparecen en agasajos y francachelas en los servidores de la red. En eso se parece a otro ex gobernante conocido como el elefante que nunca se enteró de que la mafia había copado su elección en 1994. Ambos políticos parten de la base de la general bobería colectiva. Pretenden que su alegada ignorancia sirve para calificarlos de buenos gobernantes. Admitamos nuestra bobería los incautos que los hicimos presidentes.
Pero, aunque tarde no dejemos de cuestionar a la actual mediocridad que funge ahora de gobernante. Él hundió la ley anti-corrupción, delegando su trámite en el Congreso a una amiga del caudillo. Luego la sacó del ministerio del interior. Y puso a otra amiga del hábil caudillo, quién está más preocupada por el delito de robo, que por los asesinatos a líderes sociales. Como si ambas muertes involucraran en igual grado la responsabilidad del Estado. Como si el acuerdo de paz no existiera. Los escándalos cercanos al gobierno, fugados para mayor ironía a Venezuela, muestran bien el engranaje de la política. Si ya no escandalizan es por callosidad. Por haber perdido capacidad de reacción contra los abusos. Pero esta afirmación tal vez es excesiva.
Hay protesta social, hay descontento entre sectores medios, entre profesionales carenciados, y un repudio casi general en las principales ciudades. Las encuestas lo demuestran, pero más palpablemente lo hacen las movilizaciones sociales. El caudillismo embrutece, de ahí consignas como “viva la muerte” bajo Franco o la de “lo que diga Uribe” en Colombia. Es una delegación en el acto mismo de optar, es una pérdida moral de libertad, es dimitir como persona pensante. Esa patología es un disolvente moral, y conlleva a pasos contados al totalitarismo. Si ahora parece servirle a la derecha, mañana esa masa voluble y acrítica bien puede servirle a la izquierda.
Tanto contrabando ha pasado bajo esa aduana ideológica que se necesita, otro referente. En una era de sobreabundancia de información, lo esencial es el criterio. Y en el individualismo reinante cada uno cree que el mundo estaría mejor si solo le hicieran caso. Ante ese sin sentido, surge la tentación totalitaria. Que le exima de pensar, de decidir, de debatir. Llevamos la mayor parte de este siglo bajo esa tutela autoritaria. Pero la de este Gobierno es por mano ajena.