Lento, muy lento, ha sido el empoderamiento de la mujer, su reconocimiento como igual al hombre en todos los aspectos de la vida, el desarrollo de una actitud digna y respetuosa hacia su mente, su cuerpo y su sexualidad.
Hace 100 años, en 1918, poco más de 20 países habían reconocido el derecho al voto a la mujer; el primero de ellos, Nueva Zelandia en 1893, seguido por Australia en 1902 y los países escandinavos. En las dos primeras décadas del siglo XX, la mayoría de los europeos lo reconocieron. Sin embargo era generalmente un voto con restricciones. Solo se permitía a las mujeres de piel blanca, a las mayores de 23, en algunos casos 30 años, a las propietarias o herederas de finca raíz y a aquellas con educación superior completa. Sin embargo, las que calificaban podían votar más no podían postularse a ser electas.
Como dato curioso, mi madre, la aguerrida líder política Doña Bertha, no pudo votar en 1946 cuando mi padre fue electo Presidente, pues en Colombia la mujer no accedió al voto hasta 1957.
Mucho hemos hablado de la igualdad de la mujer pero, ciertamente, lejos estamos de lograrlo. En Colombia acabamos de pasar unas elecciones parlamentarias donde, de un total de 2.730 candidatos inscritos para Cámara y Senado solo 943 fueron mujeres: 308 al Senado (lo lograron 23) y 637 a la Cámara de Representantes.
Aun cuando somos más de la mitad de la población, solo el 34,5 por ciento de los candidatos fueron mujeres. ¿Cuántas de ellas fueron incluidas en las listas de sus partidos solo por cumplir la Ley de Cuotas de participación femenina? Peor aún, en 13 de los 32 departamentos colombianos nunca han elegido a una mujer a la Cámara. El avance es también lento en otros cargos de elección popular como gobernaciones, alcaldías, asambleas y consejos.
Lamentablemente, la desigualdad continúa no solo en política. En el mundo laboral tampoco la mujer ha logrado equidad con el hombre: su sueldo es alrededor de 20 por ciento inferior y sus posibilidades de asenso mucho peor. Solo consiguen romper el “cielo de cristal” unas pocas, a pesar de que muchas mujeres supera a los hombres en excelencia y resultado en las universidades y en la vida laboral.
Pero lo más doloroso es la violencia sexual e irrespeto aún presentes en todos los estamentos de la sociedad contra la mujer. Esta violencia ha sido quizá lo más difícil de acabar, sobretodo la que viene de parte de los machos de la familia, padres, hermanos y maridos. En muchas culturas aún se ve como algo aceptable, como un derecho del hombre sobre la mujer.
Los “crímenes de pasión”, como el asesinato de una mujer infiel eran, hasta hace poco, aceptado por las leyes de los países considerados más cultos del mundo, por ejemplo Francia, y trágicamente siguen siendo admitidos en algunos países musulmanes, donde la mujer puede ser dilapidada si se la acusa de infidelidad.
Por eso, movimientos como la reciente huelga general de las mujeres en España, con la presencia de cerca de 6 millones de personas exigiendo igualdad, deben generalizarse en el mundo. ¡Igualdad y respeto ya! El empoderamiento de la mujer no puede esperar más.