Con miras al 29 de mayo resulta oportuno escudriñar los contenidos programas y propuestas, sino examinar también el perfil humano y psicológico de los candidatos, que permitan esclarecer sus propósitos, su capacidad de ejecución y su fidelidad a sus ofertas y promesas. Ha sido Petro el más prolífico en posturas, mensajes, admoniciones y descalificaciones a lo largo del debate, que no solo develan inquietantes rasgos de su personalidad, sino que también semejan anuncios y notificaciones que, a pesar de su enconada repetición, no parecieran suficientes para encender legitimas alarmas en la ciudadanía.
Nos regaló una autobiografía en la que prevalecen el autoelogio, la construcción de escenarios, actitudes, logros y realizaciones ficticios en el tiempo de servicios en el M-19, que se extienden desde la fábula de su rivalidad con el comandante Pizarro y su supuesta membresía en la Asamblea Constituyente, cuando su accionar siempre se redujo al de estafeta, o al de carcelero de víctimas de secuestros, hoy piadosamente denominadas retenciones.
Con igual imaginación describe su gestión en la alcaldía de la capital, en la que dilapidó sus recursos sin cumplir con las obras prometidas, mostró la mayor ineptitud en la gerencia de las basuras y llevó a la quiebra a la entidad encargada de la prestación de la salud. A pesar de ello, logró sello de impunidad y beneficio del olvido en la frágil memoria colectiva.
Hoy, pretende emerger como candidato del cambio, empoderándose con promesas desatinadas que capturan la atención de poblaciones agobiadas en medio de un escenario de dificultades, que propicia mensajes populistas y reediciones de fracasos que se olvidan. Paradójicamente, ha producido en el aprendiz de sátrapa el impulso por revelar sin tapujos sus verdaderas finalidades, amparadas por el desasosiego de los más necesitados y la temerosa resistencia de sus contendores, abrumados por el dictado contemporáneo del pensamiento político correcto. Así se explican sus banderas sobre el final abrupto de la exploración petrolera, la conversión de las pensiones en dineros públicos, la sustitución de las EPS por las secretarias municipales de salud, receta segura para la quiebra e inoperancia del sistema de salud, como en la Venezuela Chavista, o la seguridad alimentaria mediante entrega directa de mercados o bonos alimentarios que nos condenarían a recibir cajitas como las “Claps” de Maduro.
Extasiado por las encuestas, convoca al odio y a la confrontación social; a la estigmatización de sus contendores; a la compartimentación étnica y cultural que haga de la diversidad instrumento de división en vez de herramienta de riqueza en la unidad; al desprecio por la libertad de expresión, calificando de neonazi a sus críticos, como si el fascismo y comunismo no fueran los hijos predilectos del socialismo; al descrédito de la propiedad y emprendimientos privados, a los que ronda con el eufemismo de democratización; para culminar con su advertencia de que el paraíso prometido necesitará al menos 20 años para su entera realización.
Advertidos estamos todos, principalmente sus contendores, que no deben parecerse al aprendiz de sátrapa para conjurar el peligro que nos acecha.