El problema es de cuchara | El Nuevo Siglo
Lunes, 13 de Junio de 2022

 “Si te dan algo gratis en Internet, la mercancía eres tú”, dijo por ahí un economista belga, investigador de una prestigiosa (léase carísima) universidad barcelonesa. Podríamos intentar parodiar esta sentencia con la barahúnda electoral (léase visceral) que supura por estos días en Colombia y decir: “Si te dan algo gratis en política, la mercancía eres tú”.

Pero como en política nada lo es, ensayaríamos “Si te dan algo gratis en el mercado…” y un sinfín de combinaciones que llevarían solo una confusión mayor y por tratar de construir una máxima, se formaría un galimatías. Y para confusión los candidatos. Se asemejan a los restaurantes fusión que enarbolan la etiqueta como ignorando que Marco Polo fue su impulsor y que las migraciones han creado mixtura gastronómica toda la vida. Recuerdo mis épocas de estudiante, cuando a fin de mes la plata escaseaba y con la valera del restaurante agotada, tocaba hacer maravillas con lo que se encontraba en la nevera o en la despensa. Eso sí era fusión y confusión, como el menú que se nos viene para la última cena de la segunda vuelta.

A ver, miremos. El primer plato (léase candidato) podría prepararnos unas croquetas de tortuga hicotea -en lista de extinción- muy típicas de su tierra de origen, o de su posterior destino en la altiplanicie helada podría servir una espuma de sobrebarriga y esferificaciones de fritanga; desconocemos los efectos secundarios de estas recetas, pero se puede intuir verborrea degenerativa y petulancia crónica. El segundo, y ya con algo de llenura, podría ofrecernos un tataki de cabrito o algo como un ramen de hormiga atta laevigata alias culona (en la antesala de la lista), dados sus orígenes de oriente, así sea el de su país; como el anterior, y sin expertos consultados, podría decirse que esta dieta podría causar encabritamiento persistente o malalengüitis aguda, aunque el culito esté en el lado opuesto.

Un revoltillo entre ideas, intenciones y actuaciones, unas buenas y otras no tanto, que dejan despistado a la mitad del electorado, que al quedarse sin su cocinero perdedor optará por “las sobras”, en una votación más de entrañas que de sesos. Si quisiéramos evocar (léase imitar) al analista Cínico Caspa, personaje del célebre y asesinado periodista, él nos habría soltado algo como que: antaño eso sí era democracia, lo de repartirnos el poder sin partiduchos malolientes, eso sí era política; el pueblo a votar, a meter el dedo índice en la tinta y la cuchara los platos nacionales de recompensa. Eso sí era comida, en las alturas un cuchuco con espinazo, pero con ley seca, que el vulgo se emborracha y es capaz de votar otra vez y comer doble; y para los de los valles y planicies sancocho de pollo o de pescado para que les dé sueño y se despierten dentro de cuatro años para las próximas elecciones…

Platillos estos, que se odian o se adoran y que tienen que rematarse con los postres, a ver: que el segundo (léase tal vez el primero) nos ponga dulce de apio o de grosellas -no groseras- y por parte del primero (tal vez salga subcampeón de nuevo), merengón sabanero o panna cotta para honrar sus raíces y su otro pasaporte; ¡hombre! si llegara a perder, si lo ven por ahí, díganle que en mayo de 2023 hay elecciones generales en Italia. Y a su contrincante, decirle que siempre habrá disparates por sumar y baldíos por construir. Ojalá el siguiente chef (léase jefecito) no crea que somos mercancía y sepa que gratis no es más que una palabra, aunque nos cueste votarle.

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