Desde la ‘toma guerrillera’ de la Casa de Nariño dada el 7 de agosto de 2022, Colombia entró a ser gobernada de nuevo por el régimen: el régimen del ‘Asalto Histórico’. No es una afirmación exagerada ni un síntoma de paranoia: es la lógica implacable de los hechos y la voluntad expresa de sus protagonistas. Petro podrá haber dejado de empuñar las armas, pero no renunciar a hacer la revolución. Los demás agentes de su coalición política lo saben desde entonces y así lo han hecho saber desde que son gobierno al apoyar todas sus reformas.
Ahondar en detalles es reseñar la crónica de una tragedia anunciada: cogobierno con el crimen organizado del Eln y las Farc bajo la bandera del “cese al fuego”; subida de impuestos bajo la egida del Mr. Colbert criollo al frente de la Dian; y la estatización por decreto del sistema mixto de seguridad social vigente en Colombia.
La política colombiana sigue atada a las complicidades propias de una confianza desmedida en las capacidades del Estado en resolver nuestros problemas, siempre y cuando lleguen las personas “correctas” a administrarlo. Bajo dicha lógica es que Petro y los esbirros del “saqueo histórico” aducen que las promesas del “Estado Social de Derecho” se han visto frustradas por la sucesión interminable de unas “mafias” usufructuarias del erario público en su propio beneficio. De lo que se trata ahora es que dejen de robar los de siempre para que ahora roben los que lo hagan en favor del pueblo: no otra cosa es la “redistribución del ingreso”, la “corrección de las desigualdades” y como no, el saldar “deudas históricas” (o “ancestrales”, para reforzar el atavismo de la justicia social…)
Que un personaje como Petro llegará a la presidencia sabiendo como gobernaba desde que fue alcalde de Bogotá entre 2011 a 2015, en medio de un país como Colombia, que ha recibido millones de venezolanos que huyen víctimas del socialismo instaurado por Hugo Chávez y Nicolas Maduro, aliados infalibles de Petro; de un país que además ha sufrido el asedio por seis décadas de guerrillas comunistas, entre las que estuvo Petro por varios años, y con un historial terrorista insuperable en todo el continente; todo lo anterior, tiene por lo menos once millones de respuestas: las de la cantidad equivalente de personas que votaron por un cambio…
Y el cambio se está dando, pero para mal, sin lugar a duda. Petro es más peligroso que nunca, como efectivamente ha resumido recientemente Daniel Raisbeck, analista de política pública para América Latina del Cato Institute (“Colombia faces its hour of danger under Petro”). La fatal arrogancia con la que Petro desdeña la oposición que ha crecido en su contra y se ha manifestado en protestas multitudinarias solo es comparable con la lealtad cada vez más pasmosa que demuestran sus funcionarios de gobierno. Bajo dichas circunstancias, toda crítica es tomada como provocación alevosa contra el gobierno del cambio.
Y es que si en el horizonte del país está en volverse una “potencia mundial de vida”, cualquier oposición será leída como una mezquina muestra de solidaridad con el país de las “mafias”, de la “oligarquía”, del “paramilitarismo” y la “ultraderecha”.
Ese es el lenguaje del resentimiento de la ambición frustrada: de quien acude a una mentira piadosa como la “Colombia Humana” para subsanar su neurosis de soñar despierto y negar la realidad de que el enemigo de Colombia es el régimen: el régimen del ‘Asalto Histórico’ que lidera Petro y sus aliados nacionales e internacionales desde el 7 de agosto de 2022.
*Historiador