“Todo fluye hacia una permisividad”
Vivimos tiempos difíciles en los que se observa a la vez un claro propósito de deconstrucción de la institucionalidad propia de la sociedad y una desvalorización de los principios y valores que la sustentan. Esa tendencia afecta no solamente el comportamiento humano, sino que también se expresa en normas legales que la alientan y en jurisprudencia que busca conferirle verdad y permanencia. Todo fluye hacia una permisividad que relativiza la intangibilidad de derechos fundamentales, como la vida, o la vigencia de instituciones y valores que en todas las civilizaciones han sido considerados como pilares de la organización social. Cada vez que ello ocurre, la historia enseña que se han vivido los peores momentos de decadencia social, moral, política e institucional de las sociedades que la padecen.
En Colombia, al amparo de la permisiva interpretación del “libre desarrollo de la personalidad”, se ha legitimado toda clase de comportamientos disruptivos, antisociales e irrefrenables que apuntan al naufragio de una ética social y personal que califican de retardataria y reaccionaria. Es la fuga hacia una visión progresista de la evolución humana que olvida con premura la verdad de que quien ignora la historia está condenado a repetirla. En ese escenario el derecho de unos avasalla los derechos de otros, sólo porque así lo exige la libertad inherente a la expresión de personalidades agobiadas por conductas frecuentemente antisociales.
No extraña entonces que florezca la corrupción al amparo de la tolerancia social y la complicidad de una justicia politizada, ni encuentra explicación la pasividad que rodea asesinatos de infantes o feminicidios recurrentes que son execrables, y que la familia, hogar de los valores fundantes de toda sociedad, se vea descompuesta en su integración y en su misión. Todo se justifica como ofrenda a un futuro soñado que siempre se ha convertido en un pasado oprobioso en la historia de la humanidad. El hedonismo todo lo convierte en permisible y configura una nueva ética social con el predominio de la propensión del derecho sin deber correlativo y con abandono de todo sentimiento de solidaridad humana. Hemos venido deslizándonos hacia situaciones que alimentan violencia, infringen derechos, minimizan deberes y deducen de ello las responsabilidades correlativas.
Así se genera una tensión cultural inocultable entre diversas expresiones muchas veces antagónicas. Esa tensión ha permeado la justicia, los medios de comunicación, la política, y se ha expandido en el medio social de tal forma que se ha convertido en sustrato de una lucha que se libra en términos irreconciliables sobre la autonomía del individuo, el contenido y límite de los derechos, la responsabilidad y la ética sociales. Y la hemos impregnado de intolerancia e inyectado de violencia. Es entonces una contienda sobre lo fundamental y encarna el reto presente de nuestra sociedad.