Rodrigo Londoño, alias Timoleón Jiménez, alias Timochenko, y su combo de exnarcogerrilleros de las Farc, hoy convertidos, gracias a los acuerdos de La Habana en candidatos a la Presidencia de Colombia y al Congreso de la República, han tomado la decisión de suspender temporalmente su campaña por “falta de garantías”, y es que, en ciudad, pueblo o caserío que llegan, los reciben con huevos, piedras y gritos de ¡Asesinos! ¡Violadores! ¡Criminales!
Pero ¿Acaso esperaban que los recibieran con rosas y vítores? ¿Acaso creen que el pueblo no recuerda sus atrocidades, el dolor que infligieron a la población desarmada, la destrucción que causaron?
Yo quisiera preguntarles a estos personajes ¿A cuántos candidatos políticos, líderes comunales, concejales, asesinaron, secuestraron, desaparecieron o amenazaron durante los más de 50 años en que aterrorizaron y ensangrentaron a Colombia?
Descaradamente, hoy son esos mismos criminales los que piden garantías y protección para hacer campaña y forman un gran escándalo mediático porque han tenido que enfrentar huevos y piedras de ciudadanos adoloridos, indignados, que a gritos les dicen lo que sienten y les recuerdan lo que son.
Verdaderamente los que no tenemos garantías somos los colombianos que hemos sido engañados por nuestro gobierno de la manera más descarada. Juan Manuel Santos y el jefe de las negociaciones en La Habana, Humberto De la Calle, aseguraron al país, una y otra vez, que estos criminales no podrían participar en política hasta haberse presentado ante la JEP, haber confesado sus crímenes y pedido perdón, haber prometido la no repetición y haber recibido su castigo, así ese fuera sembrar un huerto en el jardín de su casa.
Pero ahí los tenemos, en plena campaña presidencial, gozando de impunidad absoluta, cada uno protegido por no sé cuántos guardaespaldas del gobierno, andando en súper camionetas de lujo, blindadas, pagadas por el gobierno, inventando cada vez excusas más sofisticadas para justificar sus crímenes, sus atrocidades, su odio.
Ojala que esos guardaespaldas los cuiden bien y no vayan a dejar que les toquen ni un pelo. Lo peor que le puede pasar hoy a Colombia es que le pase algo a alguno de ellos. ¡Dios nos ampare!
Pasemos la hoja por el bien de todos porque este acuerdo absurdo, plagado de inaceptables beneficios a favor de las Farc, por ahora, es un hecho. Yo pido a todo el que lea esta columna que, aunque le duela la arrogancia y el recuerdo del horror que causaron, no usen la violencia física, eso es igualarse a ellos.
La mejor manera de demostrarles cuán despreciados son por el terror a que sometieron al país, por cada uno de los muertos o desaparecidos, por los niños reclutados y las mujeres violadas, es en las urnas.
Bien harían los de las Farc en quedarse en sus casas cuidando sus caletas y meditando sus respuestas a los jueces de la JEP, cuando finalmente se logren establecer los tan mencionados tribunales. Quizá así lleguemos a saber dónde están los más de mil desaparecidos que aún no aparecen, o cuando van a entregar a los niños y niñas que reclutaron, o donde tiene escondida los millones acumulados.
Muchos nos cansamos de advertir que un acuerdo con las Farc tan “arrodillado” no traería paz sino más violencia. Ahí estamos comenzando a ver las consecuencias. Esto es un polvorín cercano a explotar.