En una isla hay dos náufragos y una gallina. El más rápido se devora la gallina. La estadística demuestra que a cada uno le correspondió media gallina per cápita. Algo así ocurre con ciertos datos oficiales respecto a Bogotá, en contraste con la impopularidad del actual alcalde. El trabajador lo aborrece por cuanto ha perdido entre dos y tres horas diarias en el atasco cotidiano de llegar a su lugar de trabajo. Su calidad de vida se ha deteriorado mucho.
Cuando la clase dirigente paisa se propuso construir el muy exitoso Metro de Medellín, el señor Peñalosa escribió airados artículos en 1984 enfatizando su predilección por los buses contaminantes. Declaró que era un “proyecto innecesario” “no es un proyecto económico orientado a producir desarrollo económico” y “endeuda al país en divisas”. Por fortuna la dirigencia de Medellín desestimó esas alharacas fantasiosas. Esa dirigencia dio una solución creativa en donde Peñalosa se hacía parte del problema oponiéndose. Demostró que sí se puede solucionar un problema estructural con algo de previsión cuando hay voluntad, o cuando ésta no parece enturbiada por otros intereses. Congregaron a la ciudad en ese gran proyecto. Hoy los paisas no sabrían que hacer si los intereses creados de los compradores de buses, hubieran frustrado esa mega-obra. De modo que Colombia en este hemisferio es un país anómalo cuya capital está rezagada en más de un cuarto de siglo en movilidad, respecto a la segunda ciudad. Cosa digna de reflexión.
Este alcalde en 1998 tuvo aprobada la financiación para el Metro, pero la destinó al Transmilenio. Creyó que era la solución futurista para una capital que hoy tiene ocho millones de personas. Ese Metro tendría 21 años. En el 2016 volvió a hundir el proyecto del Metro prexistente, que hoy tendría cuatro años de adelanto. Compró a una firma escandinava buses que, allá son ilegales por contaminantes. Está visto que se quedó dormido en clase de biología, piensa que el sistema respiratorio del colombiano es diferente al del europeo.
Las gentes quisieron revocar su mandato, recogiendo más que suficientes firmas para lograrlo, pero las frustró una leguleyada. Ante el rechazo ciudadano, la respuesta suya ha sido que le interesa más la eficiencia que “la popularidad”, lo cual es ignorar el por qué lo eligieron. Las mayorías en las urnas indican qué piensan de esa “eficiencia”, ponen en duda su honradez...
Y algunos notan que está “acelerando la demora” al abrir otra licitación tardía para el Metro cuando está terminando su descaecido mandato.
De modo que el náufrago defraudado, maltratado equitativamente por las estadísticas, seguirá gravitando sobre la realidad política a pesar de las mejoras del producto bruto interno en la capital. Como Peñalosa es síntoma de decadencia del “establecimiento” bogotano, ese soso establecimiento postuló para alcalde a un joven cuyo mérito principal conocido es ser nieto de expresidente. Es decir, de apuntalar el extraño cruce de democracia con dinastía. ¡Su aporte es “continuar con el Metro de Peñalosa”!