El mundo estuvo atento al discurso de posesión del presidente Biden en el natural entendimiento de que se centraría en la principal preocupación que genera una sociedad fracturada, gravemente polarizada, critica del establecimiento y seriamente afectada por la pandemia de la covid-19. Su mensaje fue el de la unidad nacional y fortalecimiento de la democracia y sus instituciones para desactivar lo que calificó como “una guerra incivil que enfrenta a las urbes contra la ruralidad, a los demócratas contra los republicanos, al rojo contra el azul”. Mostró confianza en esa tarea al asegurar: “sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales, pero también que no son nuevas”. Es un llamado esperanzado en búsqueda de los consensos básicos en una democracia que, por difíciles, no pueden considerarse como imposibles en la sociedad estadunidense, y que, de lograrse, servirían de ejemplo para las democracias de otras naciones confrontadas a retos similares y hoy también expectantes ante nuevas amenazas globales a la libertad de expresión.
No hubo espacio para los temas gruesos que se irán conociendo con el tiempo y cuyas primeras pinceladas fueron aportadas por el designado Secretario de Estado en sus primeras audiciones en el Senado y no distan mucho de las políticas en curso. En el tema iraní, afirmó que la sola posibilidad de obtener prontamente el arma nuclear constituiría un peligro mayor al que hoy representa y que implicará un acuerdo renovado que incluiría, no solamente el programa de misiles balísticos, sino también sus actividades desestabilizadoras en el Medio Oriente. Sobre la China, sorprendió con la afirmación de que Trump tuvo razón en su firmeza, pero que ella debería apoyarse en una diplomacia multilateral que considera más eficaz. En cuanto a Israel, manifestó que el gobierno Biden avala a Jerusalén como capital de Israel y que la solución de dos estados es la adecuada para la supervivencia de Israel -cuya seguridad calificó de tema sacro santo-, y para garantizar un estado palestino, aunque en el corto tiempo ella no sea realista.
Sugirió cambios en las políticas atinentes al tratado de desarme con Rusia, a la intervención de Arabia Saudita en Yemen y a la presencia militar estadunidense en Afganistán. En el primer caso, intentarán negociar con Putin; en el segundo desisten del apoyo a Arabia Saudita en favor de la organización rebelde yemenita de los Houthi que paradójicamente beneficiaria a Irán; y en el de Afganistán, sin comprometerse del todo, sugirió mantener tropas para enfrentar cualquier resurgimiento del terrorismo, lo que implicaría poner fin al reciente acuerdo con los talibanes. El tiempo no tardará en mostrar cuáles fueron aciertos o errores y sus consiguientes consecuencias.
En el polarizado escenario latinoamericano, que registra además fuerte presencia de Rusia e Irán en Venezuela, los éxitos o fracasos del gobierno Biden repercutirán en los países de la región, por lo que debe inducir a todos en América a una mayor colaboración y más eficaz cooperación para el mantenimiento de la democracia y de la paz hemisféricas.