La invasión rusa a Ucrania debe entenderse como el final de la hegemonía estadunidense y el inicio de una nueva era que cobra vida en un escenario tripartito de confrontación entre Estados Unidos, que parece declinar, Rusia, que pretende reafirmarse y China, con vocación de supremacía y prolongada preeminencia. Asistimos a un cambio de época, en la que se ponen en tela de juicio los valores existentes para sustituirlos por espejismos autoritarios que siempre se materializan en violencia y pobreza.
El espectro de la guerra amenaza extenderse sin abrigo posible y la democracia y sus libertades se ven afectadas por un desaliento ciudadano que no logra desentrañar su origen. Ninguna región del mundo escapará a sus efectos y al conflicto geopolítico en sus respectivos vecindarios. No entenderlo así hará más incierto el futuro y más drásticos los padecimientos originados por la fallida ilusión.
Los colombianos debemos entender que América Latina hace parte del pulso que se libra en el contexto en el que empezamos a vivir. Los acuerdos de Rusia con Chávez, adobados con armamento y presencia de expertos en cibernética, se sumaron a la relación existente de antaño con Cuba, se extendieron a Nicaragua y embelesaron a Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Honduras.
En días pasados, el viceprimer ministro ruso Borisov aterrizó presuroso en Caracas, La Habana y Managua, con ofertas de aviones, buques y tanques, e Irán modificó sus misiles Igla para aumentar su alcance que cubriría a Centroamérica, los Estados Unidos y gran parte de Suramérica, arsenal que se incrementó con drones artillados para patrullar las zonas fronterizas con Colombia, y se acompañó de centenares de militares rusos y de modernas unidades estratégicas radioelectrónicas para interceptaciones de comunicaciones, que hacen parte del apoyo técnico cibernético que hoy constituye el arma más poderosa de la guerra contemporánea. En un mundo globalizado, los países próximos a los contendores constituyen campos de batalla estratégicos muy preciados, como lo practican abiertamente Estados Unidos y la OTAN, Rusia y China.
La izquierda latinoamericana no esconde su colaboración con todo propósito que favorezca la entronización de regímenes estatizantes y dictatoriales en el hemisferio. Colombia es el próximo y más deseado trofeo por el que acudirán Maduro y sus congéneres a todos los instrumentos para hacerlo realidad. La primera amenaza apunta a la manipulación electoral mediante herramientas cibernéticas contra un sistema electoral que sabemos vulnerable, erróneamente minimizada por sus responsables y sus potenciales víctimas, que se resisten, por una parte, a auditar los softwares que suman los votos y consolidan la votación, como lo suplica la MOE, y por la otra, a blindar el sistema, inexplicablemente convencidos de su capacidad de resistir las dimensiones disruptivas y políticas de esa agresión tecnológica, cuyos alcances ignoran y cuyos resultados se pretende garantizar con el poder disuasivo de una superioridad militar que los agresores juzgan irresistible por una presunta debilidad o indecisión de los Estados Unidos. La geopolítica se entrometió en nuestras decisiones. La alineación de Colombia dependerá del resultado electoral, y con él la seguridad nacional y la supervivencia de nuestra democracia.