GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Septiembre de 2011

La hibridez  política
Con  el perdón de Napoleón -no Bonaparte, sino Franco-, de los señores de Datexco y otros expertos dedicados al maravilloso mundo de encuestas y sondeos, confieso que ellos y los meteorólogos me generan escepticismo.

Pero pasa como con las brujas: uno puede no creer en ellas, pero que las hay, las hay. Así es que por más evidencias que tengamos de cuánto se han equivocado en temas tan graves como las elecciones presidenciales, o tan huecos como quién lucirá la corona en el reinado de la panela, uno no puede quedarse tranquilo cuando nos dicen que Petro cuenta con 17.8% de intención de voto de los bogotanos, y Peñalosa con 16.3%.
Es totalmente legítimo que una persona como Gustavo Petro aspire a la Alcaldía de Bogotá. ¿Por qué no? Él está en todo su derecho, y aun cuando desearía por esta única vez en mi vida estar de acuerdo con Fernando Londoño, quiero decir que ni siquiera ahora puedo hacerlo. Ni modo: si Petro quiere ser alcalde de la capital, y no hay en nuestro régimen político, jurídico, electoral o astral, nada que le impida desarrollar esa aspiración, tendremos que soportar su candidatura y prender veladoras o votar con inteligencia y memoria, para que no gane. Finalmente, nunca está de más recordar que entre la mejor dictadura y la peor democracia, siempre esta última será preferible, así uno se vea enfrentado a la posibilidad de que un camaleón de dos pies tome del 2012 al 2015 las riendas de Bogotá.
Como ciudadana, quisiera entender el fenómeno Petro. Y no digo entenderlo a él, porque es imposible bucear en un remolino.
Lo que quisiera comprender es qué tiene el agua de Bogotá, o cuál es el efecto que ejercen las montañas sobre las células de la memoria, para que tantas personas -muchas, muy pensantes- digan que van a votar por él.
Y no me refiero al antecedente guerrillero de Petro; yo celebro que él, o cualquier colombiano, deje la insurgencia armada, y se vincule al juego democrático.
Lo que no se nos puede olvidar es que en aras de conseguir votos y poder, Petro se acostumbró a cambiar de credo, bandera y discurso; pero no como algo inherente a la lógica y deseable evolución del pensamiento, sino como algo calculado y sórdido, que intoxica el ya bastante enrarecido ambiente electoral de Colombia.
¡Junto a la coherencia y lealtad política de Petro, más transparencia tiene el río Bogotá! Por lo menos el pobre río -con miras a que le digan Azul- no ha cambiado de cauce ni desembocadura, no baila vals ni le coquetea a Heinz Fischer para que Austria lo trasplante a la cuenca del Danubio.
Yo no sé ustedes, pero yo no votaría por un candidato que para sus recorridos públicos, parece haber ensamblado una cuatro por cuatro con llantas de volqueta, timón de Volkswagen, frenos de patineta y motor de gelatina sin sabor.
De los híbridos políticos, líbrenos la sensatez a la hora de votar.