El país de las comedias
Lentamente se hace posible entender cómo este país sigue su ritmo a pesar de nuestros grandes padres de la patria. De repente por fin entendimos que Samuel Moreno era un peligro para la sociedad, tal y cómo nunca lo aceptaron sus copartidarios cuando se encontraba en el Palacio de Liévano, que la gasolina es tan cara que 16 millones de pesos no alcanzan para tanquear dos carritos, que la supuesta fuerza política que promulga por el juego limpió terminó con JJ Rendón de asesor, cuando hace apenas un año atrás le endilgaban cualquier cantidad de agua sucia en la campaña presidencial. Mejor dicho, viene saliendo a la luz que este país vive al revés, como si fuese apenas un mal chiste.
Y de paso hoy terminamos diciendo que Doña Clara López es una gran alcaldesa encargada aun cuando durante los años que estuvo como secretaria de Samuel evidentemente no hizo nada de nada; que el Parlamento es la representación del pueblo, de ese que sí puede vivir holgadamente con los ciento noventa mil pesitos pero que llora por pagar la gasolina; que el cambio surge cuando se unen las buenas intenciones, aunque los medios terminen siendo los mismos que criticaron con vehemencia cuando ellos iban siendo los perdedores. Al final este país es un circo, pero a punta de teja, lechona y cerveza, nos mantienen en las mismas.
Decir que un condenado por la parapolítica puede salir a vacaciones de la cárcel el día de las elecciones, o aun para visitar a su convaleciente esposa, es un chiste mal contado, pero en nuestro país una realidad más que plausible; que se desaparezcan miles de millones de pesos en un municipio de diez mil habitantes es de ciencia ficción, pero para nosotros una simple verdad.
Este país sobrevive porque al final la política es una comedia griega, donde sólo lloramos los espectadores.
Pero quizá eso mismo es lo que nos lleva a ser uno de los países más felices del mundo: que ya no esperamos nada de aquellos que deberían enorgullecerse de contar con nuestra confianza. Que vivimos a pesar de la clase política, que siempre nos podemos escudar en que son los que están en el poder los que tienen la culpa.
Los colombianos existimos a pesar de nosotros mismos, y aunque muchos sigan diciendo que la culpa es de los electores, al final creo que no es tan difícil de entender que entre Pablo Ardila y Luis Pérez un colombiano cualquiera prefiera una cerveza y un plato de lechona. Al final, esa es nuestra democracia.