La decisión del Consejo Permanente de la OEA de convocar la reunión de Consulta de Cancilleres para examinar el estado de la democracia y de los derechos humanos en Venezuela, indujo al gobierno de Maduro a iniciar los trámites pertinentes al retiro de ese país de la organización hemisférica. Piensa el sátrapa hallarse en condiciones de provocar un cisma que se aglutine alrededor de la Celac , alentado por los diez votos que se opusieron a la Reunión de Cancilleres. Pero su poder de convocatoria no lo favorece, no sólo por la calamitosa situación económica y humanitaria del país, sino también por el generalizado repudio que ha generado su deriva autoritaria y la violación sistemática de los derechos humanos. El Estado de Derecho ha dejado de existir y entre sus ruinas se levanta un pueblo bravío que desafía a sus verdugos, aún bajo el peligro de ser víctima de un cruel genocidio. La gente acosada por el hambre, la enfermedad y agobiada por la desesperanza no bajará la guardia ni descansará hasta que logre la caída de ese régimen oprobioso.
La decisión del régimen chavista aumentará el aislamiento de Venezuela y el interés de las naciones hemisféricas en el restablecimiento del Estado de Derecho en ese país. Es probable que en el inmediato futuro los estados miembros de la OEA tomen decisiones sancionatorias que busquen constreñir al chavismo a desandar su camino hacia la tiranía. Esos esfuerzos podrían encontrar en el carácter delincuencial de la cúpula gobernante el mayor obstáculo a una solución negociada.
El restablecimiento de la democracia mediante elecciones libres y sujetas a la observación internacional difícilmente se logrará sin la libertad de los presos políticos, el respeto a los derechos humanos, y comportará el desmonte de todas las redes y actividades mafiosas dirigidas desde los más altos cargos del Estado. El atrincheramiento de Maduro y sus áulicos en la Celac no tiene futuro y sólo acercará a Venezuela a una situación de confrontación abierta y violenta con la oposición que podría alcanzar efectos de perturbación de la paz en el continente. Es un posible escenario sin precedentes en las relaciones hemisféricas, susceptible de abrir espacios al involucramiento de potencias extracontinentales. La diferencia entre lo ocurrido con Fujimori en el Perú en los años 90 del siglo pasado con lo que hoy vive Venezuela, es que en ese momento a Fujimori sólo lo animaban ínfulas de emperador, mientras que la dirigencia chavista constituye un organización criminal.
En medio de ese ambiente de incertidumbres y peligros, la política de Colombia debe buscar una transición para el restablecimiento del Estado de Derecho, y hacer oídos sordos a las interferencias de Timochenko y los chavistas criollos. Ojalá así sea.