“Progreso” es una palabra anacrónica. Hace más de cien años, se veían en algunas calles avisos de “Farmacia el Progreso”, no lejos de alguna inoportuna funeraria. Ahora ese calificativo nos parecería tierno o ridículo.
Los entonces ilustrados progresistas, creían en ese cheque posdatado y sin fondos que es el futuro. Ponían su esperanza en la rapidez del motor. Y en vivir a la velocidad del cronómetro como si la vida fuese una carrera de cien metros. Esa seducción permeó al mundo occidental más allá de fronteras o divisiones ideológicas.
Caracterizó a Norteamérica, pero también a la literatura y la política europea. Basta recordar el futurismo en literatura y su idealización del avión y la velocidad. Lo sintetizaba el grito político de Mussolini “El fascismo es primeramente acción.” Fue una actitud vital.
Spengler la denominó con el nombre de espíritu fáustico característico de occidente. Su base material fue el automóvil, la movilidad en todas sus formas. Y corresponde al mito de eterna juventud del Fausto de Goethe que cambio el alma por la inmediatez. La forma de comunicación afín fue el telegrama y el teléfono fijo.
El cuerpo ideal del imaginario colectivo se estimulaba con gimnasia, reinados de belleza, la exaltación del físico culturismo. Hoy cuando la comunicación tiende a la velocidad de la luz, el que comunica no se mueve de su sitio. Permanece aún si no puede decirse que está allí. Y en cuanto a su contorno, está ajeno a él. Se parece a los sonámbulos de los que hablaba Heráclito “presentes están ausentes y se parecen a los sordos.” El que viaja con la luz (pensaba Einstein) le parecerá que el mundo se ha detenido.
Esa es la realidad o irrealidad en la que vivimos los cibernautas. La posición corporal nuestra se parece paradojalmente a la del monje medieval ante su scriptorium. La actual moda urbana con capuchas nos semeja a ellos. Se ha revivido el gusto por lo gregoriano. Y la desconfianza ante el poder por las barbaridades que puede hacernos con la técnica.
Hoy la ciencia, o al menos el cientifismo semeja una religión, pero produce recelo su subvención para fines militares. La mayoría de científicos se lucran de ello. Los jóvenes miran con alarma la robotización que los amenaza, y la destrucción climática del lucro.
Con la comunicación instantánea, la cercanía entre las personas permanece ausente. El facilismo no acerca, sino devalúa en términos personales lo comunicado. Arrobados por la técnica, nos olvidamos de lo que hemos perdido. La distancia y todo el anhelo que había en superarla han desaparecido. A la dimensión del espacio se lo tragó el vector del tiempo. El clix inmediato. El mensaje llega, pero la persona se quedó atrás. Ese clima de temporalidad de datos desencarnados, genera una soledad interconectada, magnificada. El desarrollo tecnológico no va acompasado con un enriquecimiento de la subjetividad humana. Es una técnica en unas estructuras sociales caducas, cuyos gobiernos y corporaciones la usan como forma de dominio.