Con la posesión, el pasado 1 de diciembre, de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, como Presidente de México, hay en ese país un explicable aire de confianza -una nueva esperanza que ojalá no sea frustrada, como ha ocurrido en otras naciones-, tras una etapa verdaderamente oscura durante la cual los gobiernos cayeron en el desprestigio por causa de la extendida corrupción, los indebidos beneficios para las familias de los gobernantes, la tolerancia y connivencia con el delito y los privilegios indebidos, sumado todo ello a la proliferación del narcotráfico en varios de los estados mexicanos.
En el Zócalo de Ciudad de México, el nuevo Presidente recibió de las comunidades indígenas el bastón de mando y participó en una ceremonia tradicional durante la cual hubo de invocar la protección de sus ancestros y de las culturas precedentes para llevar a cabo una administración honesta y eficaz que no desconozca, como hasta ahora, los derechos de esas comunidades y de los sectores más pobres de la población mexicana.
López Obrador ha expresado que, con su gobierno democrático, inaugura la Cuarta Transformación histórica de México. La primera fue la Independencia (Miguel Hidalgo y Costilla), contra el dominio español (1810 a 1821); la segunda fue la Reforma (Benito Juárez), contra los invasores europeos que habían instaurado un imperio y a favor del Estado laico, contra el predominio eclesiástico (1858 a 1861); la tercera fue la Revolución contra el régimen de Porfirio Díaz (1910 -1917). En este último año se promulgó la actual Constitución mexicana.
La cuarta Transformación, que quiere presidir López Obrador -y que, a diferencia de las otras, no será el resultado de una guerra sino de una pacífica política de aplicación de los valores democráticos y del Derecho -, busca erradicar el neoliberalismo, la corrupción, la complacencia con el crimen, los privilegios, la desigualdad, los abusos del poder y el inconcebible abandono en que han vivido los pobres durante décadas.
Se aprecia una excelente preparación y un gran empeño del nuevo gobernante, sin duda un demócrata, que retornará a los principios y a la búsqueda del interés general y adelantará una política social contra el capitalismo salvaje y el asalto a los recursos públicos. Sin tanto impuesto, con austeridad y con mejores salarios y pensiones.
El único punto que, en el discurso inaugural de AMLO, nos pareció muy discutible y contradictorio, fue el relativo a la corrupción que -precisamente en ese acto- estaba denunciando, en la que -dijo- había estado incursa la clase dirigente de su país, pues a renglón seguido abogó por el perdón “para los corruptos del pasado”, la cual necesariamente implicaría inaceptable impunidad.
Es de resaltar, sí, que se comprometió a impedir, en su administración, toda forma de actividad corrupta, y que para él y sus subalternos pidió el más estricto control ciudadano y judicial, llegando inclusive a proponer una constitucional que elimine el fuero para el Presidente de la República, pues -según manifestó- debe ser investigado y juzgado como cualquier ciudadano. AMLO propondrá al pueblo la consulta sobre su gestión, acogiéndose desde ahora al resultado, que puede provocar la eventual revocación de su mandato.
Hacemos votos por que esas buenas intenciones se cristalicen.