La Edad del plástico | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Julio de 2018

“Elevada deuda con medio ambiente pasará su factura”

Está llegando a su fin, tuvo su auge en el siglo pasado, cumplió mil propósitos y contaminó al planeta de forma inesperada destruyendo la fauna y la flora marina. Ahora la empresa privada lo está sustituyendo con productos biodegradables, que puedan servir de alimento no tóxico a la naturaleza y que no impida los siclos naturales de renovación. Además de los industriales, hay una conciencia creciente entre los consumidores y acuerdos entre los países para no convertir a los océanos en cloacas infectas como ya se ven en el océano Pacifico.

Los elementos químicos endurecidos asfixian a peces y a las ballenas, delfines, y afectan a los corales que son el hábitat de vida marítima. Alemania encabeza la preocupación por lo ocurrido y busca la forma con otros países de reducir las islas flotantes de desperdicios. No participa en este acuerdo los Estados Unidos que son los causantes de la mayoría de esa contaminación. Los barcos de guerra de ese país, según un ex marine, arrojan todos sus desperdicios en el mar en talegos plásticos, lo hacen por todo el globo, varias veces al día. La marina alega que es la forma más económica de comportarse, y en suma no se somete a las regulaciones internacionales de los países más civilizados, pero menos prepotentes. Otro asocial es el Japón, gran cazador de ballenas, y renuente a aumentar costos. De modo que también pone al resto del mundo a subsidiar sus felonías ambientales.

En contraste las amas de familia vuelven a usar bolsas de tela para sus compras, y los jóvenes más sensibles rechazan las bolsas plásticas y en general el gran público empieza a reaccionar ante lo que ve en las redes. ¿Cuánto cuesta el capitalismo consumista? Nadie lo sabe, aunque es un sistema que calcula obsesivamente todo, ignora a cuánto asciende su deuda con el medio ambiente. Y tanto la antigua URSS como la China Maoísta hasta la de hoy, han demostrado también un absoluto desprecio hacia el valor inestimable de la madre tierra. Y los economistas no suelen calcular ese valor, no tienen forma de hacerlo siquiera de una manera aproximada. Puestos a escoger entre la urgencia de realizar un proyecto y la incógnita de la destrucción causada al planeta, cruzan los dedos y ¡adelante! Están concitando así la ira de un cisne negro, de una catástrofe cuyas proporciones rebasan la imaginación.

Si es cierta la tesis de Gea, es decir que la tierra es un solo ser vivo integral que se auto regula, y esta teoría no ha sido refutada, bien puede ocurrir que se esté gestando una respuesta planetaria para defenderse de esa plaga parasitaria que abruma el resto de vida del planeta. Es una posibilidad, y la humanidad como plaga está en la obligación de imaginar esa posibilidad, esa probabilidad. Aunque para algunos misántropos, quizás sea mejor que sea el planeta el que haga algo, ya que su corteza pensante es solo una capucha acéfala que merece perecer.