Colombia comparada con el resto de America tuvo un crecimiento superior estable en el último año. Además, a diario llegan dos mil venezolanos. Hay un acumulado de un millón ochocientos registrados, y un aumento de esa población anual en 730 mil venezolanos más, aunque solo hay conjeturas de los no registrados.
El Gobierno hace planes para una población flotante de más de tres millones antes del 2022. Se les da la bienvenida y reciben el beneficio público permanente de salud y educación. Nuestra sociedad logró asimilar esa nueva gran demanda. ¡Es un logro!
Esa migración aumentó el peso del comercio en el producto bruto interno nacional, según los actuales datos. En cambio, la producción industrial y agrícola no se reflejó tanto en la medición de ese producto interno. Pero igual se confirma, una vez más, la validez histórica de la bonanza a mediano plazo para todo país que recibe inmigrantes, en contraste con aquel que se encierra y los rechaza.
Durante el siglo anterior la corriente migratoria seguía la vía opuesta. En consecuencia, es grato poder devolverle el favor al vecino azotado por ese coronavirus del populismo que los empobreció de súbito y de porrazo.
La impresión actual acerca de nuestro vecino es que la oposición a esa atroz dictadura adolece de una plural mediocridad, pero ojalá sea una falsa impresión. Por lo pronto, como la dictadura en Venezuela es una realidad, mal puede el Gobierno colombiano pedirle peras al olmo, es decir exigirle al gobierno legítimo pero impotente de Guaidó, que extradite a sus delincuentes de allá. Lo único que logra es resaltar la inoperancia de su aliado.
Ante la realidad del poder, la diplomacia inventó hace ya varios siglos un eficaz método operativo. Sin necesidad de reconocer al sistema de gobierno del otro país, se delega en un tercero aceptable para la contraparte (Suiza, por ejemplo) para todo lo referente a asuntos consulares de sus ciudadanos. Es una salvaguarda elemental para millones de personas que tienen nexos continuados allá, y múltiples trámites cotidianos y urgentes ante los dos países. La preferencia política del gobernante de turno no tiene por qué abrumar a la ciudadanía. Y así se entendió frente al régimen de Castro en Cuba o la dictadura de Pinochet en Chile, ante la que ni siquiera se cuestionó su legitimidad.
La acogida de los migrantes se ha dado en los diversos sectores y clases sociales, sin rasgos de xenofobia, pero con algo de perplejidad ante el número de ellos y el contraste entre el imaginario del venezolano ayer rico y pujante y la actual miseria. Aun si hay que resaltar también como han llegado algunos con inversión de capital, tecnólogos y profesionales competentes, algunos profesores están en las universidades. Varios escritores. Además de mano de obra que se ocupa en el protegido sector agroindustrial, o en renglones como cibernética, computadores, comunicaciones, software y hardware que tienen un claro auge en la actual década. En resumidas cuentas, ha habido cierta solidaridad.