“El odio parece instalarse como motor de la acción política”
La movilización del 25 de abril demostró nuevamente el carácter violento con el que la oposición pretende complementar las afectaciones a la gobernabilidad del presidente Duque y su gabinete, que se suman a la cerrada intransigencia con la que se han opuesto a un acuerdo nacional para superar la envenenada herencia del gobierno de Juan Manuel Santos. Acallaron arbitrariamente el debate en la Cámara sobre las fundadas objeciones presidenciales al estatuto de la JEP y pretenden asediar con movilizaciones y paros a un gobierno que se esfuerza por desarraigar los vicios que prohijó con tanta generosidad el anterior gobierno.
Los vandálicos actos que perpetraron en el centro de Bogotá el pasado jueves no se compadecen con la protesta social, ni pueden ser objeto de impunidad como pretenden sus organizadores. Ha hecho carrera, desde la negociación de La Habana, el esfuerzo por desjudicializar los delitos cometidos en la protesta social, convertida ahora en exigencia, y que se aplicó para desactivar la minga indígena que no estuvo exenta de violaciones a la vida y otros derechos fundamentales. La escena de la fuerza pública acorralada por los vándalos en las puertas de la Catedral, retrata el decaimiento del orden que es también el de la legalidad que lo sustenta. La ley consagra derechos, pero también deberes, que obligan por igual a manifestantes y fuerzas del orden. Infringirlos por acción u omisión constituyen delitos cuando afectan la vida, seguridad, y bienes de los ciudadanos y al Estado corresponde imponer las sanciones que la ley contempla.
El ataque a la gobernabilidad continuará con las movilizaciones del 1 de mayo y las que les sucederán. No habrá tregua porque el objetivo es el resquebrajamiento de la institucionalidad que provoque la caída o rendición del gobierno. Los motivos serán de cualquier índole porque en el torbellino que se piensa crear, entre más inverosímiles, más convincentes. El odio parece instalarse como motor de la acción política, como si estuviéramos predestinados a repetir las más dolorosas páginas de nuestra historia.
En ese sombrío horizonte que se intuye escasean las acciones y respuestas que lo contengan. Buscamos la paz, pero hoy asoma nuevamente la violencia; quisimos el imperio de la justicia, pero hoy tiene sesgo ideológico e impronta de corrupción; anhelamos verdad, pero intentan reducirla a expresión de bandería; propugnamos por el diálogo como instrumento de la política, pero hoy se halla contaminada por gabelas y “mermelada”.
Desarmar los espíritus y su lenguaje parece tarea descomunal y casi imposible, pero inspira el esfuerzo que orienta la acción del presidente para recobrar la paz, la convivencia y la comunidad de esfuerzos que exige la formulación de un gran acuerdo nacional que consolide la democracia y fortalezca la gobernabilidad.