El mundo padece súbitamente escenarios de aguda incertidumbre que han modificado los equilibrios que mal que bien se consideraban adquiridos y difícilmente cuestionados en un futuro cercano. Nadie había siquiera imaginado que en el 2022 se desataran tempestades que cuestionaran la visión idílica aclimatada por cuatro décadas con índices de inflación de un solo dígito. Nadie tampoco se había aventurado a pensar que el mundo se viera abocado a una guerra en el continente europeo, cuya inesperada prolongación amenaza la seguridad alimentaria en buena parte del planeta y estimula sanciones y retaliaciones que desarticulan las economías y los equilibrios geopolíticos orbitales.
Reapareció el espectro de la inflación que difícilmente se logrará conjurar con el aumento de las tasas de interés y que empieza a desencadenar crecimientos exponenciales de las deudas y reducciones drásticas en el gasto de las naciones, al tiempo que crecen los precios de la energía y de los granos, se desarticulan las cadenas de suministros y escasean bienes de consumo que se consideraban invulnerables. La recesión ronda por doquier y se asume una inevitable recomposición en las relaciones de fuerza y preponderancia de las principales potencias con intereses orbitales. Lo acontecido en Sri Lanka puede ser el aviso de un tsunami que golpee sin discriminación en todo el orbe.
Los acontecimientos que vivimos dejaron al gobierno elegido el pasado 19 de junio huérfano de sus programas y recetas. Imposible el sueño de un masivo gasto público que se tornó irrealizable, que exige correcciones que nadie aún imagina, y despierta abrumadora inquietud en todos los colombianos. Si se llegó a pensar en un acuerdo nacional que parecía más una adhesión incondicional, hoy debe imaginarse con más pragmatismo que ideologismo para unir fuerzas ante los retos que se confrontan.
Con la excepción del canciller, los ministros designados con cada declaración acrecientan los fundados temores de los sectores de la producción y del trabajo y del inerme ciudadano. En situaciones límite la rigidez ideológica condena al fracaso. Es hora de un pragmatismo avisado que sea fruto de una lectura correcta de lo que acontece y que auspicie acuerdos que permitan navegar en medio de las tempestades.
Ese entendimiento transitorio, en una sociedad fracturada por mitades, no es ajeno a nuestra historia y debe lograrse si se le confiere generosidad, responsabilidad y cumplimiento. Podría convertirse en un aporte a la paz y estabilidad en el hemisferio que no merece otras décadas pérdidas para el progreso y satisfacción de los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Su aplicación estimularía reanudar diálogos interrumpidos, conciliaciones en situaciones extremas e irresolutas, revisión de acuerdos que no alcanzaron todos sus objetivos y metas, y constituiría un ejemplo que podría perdurar en las relaciones hemisféricas.
En medio de la inquietud que ronda por doquier, la acertada designación del embajador Luis Gilberto Murillo en Washington puede entenderse como una señal del nuevo gobierno colombiano de ejercer el pragmatismo en las relaciones hemisféricas, que debe acogerse y estimularse por todos los actores de la política nacional. Recordemos que en política los oráculos suelen resultar apocalípticos.