“Nuestra vida se sustenta en meros humanos”
Que se reprograme el año 2020, vino con virus dicen en la red. Con humor, hay esperanza. La vida no será lo que fue. Cuestionada la fe en un progreso indefinido. La actual peste se percibe como una cuota inicial por ese espejismo. Y no sabemos cuánto más costara el llamado “progreso al debe”. Las gráficas que muestran cómo el mundo está más opulento que nunca, son factuales. Pero no son verdaderas. Omiten la hipoteca biológica.
La diferencia entre lo factual y la verdad es la diferencia entre una estadística sobre decesos leída por un burócrata, y la súbita certeza de que nuestro propio pellejo está en peligro.
La mayoría barruntamos ya que el planeta se ha rebelado contra su sobreexplotación. Contra una técnica al servicio de la codicia. Codicia que nos presentaron como virtud progresista los planificadores mayores. Pero que los menores, cuya vocera es una muy joven escandinava, refuta gritando que la casa está en llamas.
Colegimos de una forma borrosa que tras esta pandemia pueden surgir otras. Que la de ahora ha estado precedida por la polución del aire, deshielo de los polos, incendios en el Amazonas, Australia, California. Y que los intereses creados no ven relación alguna entre esa rebelión de los elementos y las enfermedades globales. Pretenden que vivimos en cajones estancos, separables por muros a los que no penetran ni la Internet ni los virus.
La ávida lógica de la codicia es extraña. Pero bregamos con urgencia comprenderla, cuando la madre tierra está cobrando su importe. Importe que olvidaron contabilizar, justo los que contabilizan todo. Y esos intereses se han adueñado del pre- costo llamado “progreso”.
Así es nota en Estados Unidos, en Inglaterra, en Brasil. O en las autocracias que sin explicar nada, pasaron de llamarse socialistas a unirse codiciosas al engranaje dominante, ya sin respeto por los derechos individuales que desconocen.
En Colombia un vocero de los ganaderos recién celebró con alborozo el fin de la aftosa, pero luego no le pareció prudente cuestionar la modorra presidencial ante la peste que afectó a los meros humanos. Manejan una especie de espejo negro cuya imagen invierte la jerarquía de los valores preferibles. Y luego alaban sus propios intereses so capa de aporte patriótico.
El eclipse de Trump lo ambientó el coronavirus, más que su juicio en el congreso. Es que un showman anima a los televidentes, mitiga su tedio, les crea suspenso tras sus digestiones de apacibles ovejas de furiosos sueños. Pero el showman disuena en un funeral. Pierde su encanto ante la magnitud de una tragedia colectiva en la que asoma la olvidad realidad. En esa realidad, constituida por personas comunes, una tarea humilde puede colmar allí donde la acción espectacular hastía. En ella cualquiera sabe por qué una médica o un enfermero deben ser más apreciados que un futbolista o un animador de televisión, sin demerito para ninguno. En fin, nuestra vida se sustenta en personas comunes, sin aspavientos. En meros humanos.