En medio de la dramática situación que vive nuestro país, agobiado por la pandemia y por el tirano paro, llama la atención que la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, salga a recoger las denuncias que hicimos desde el Centro Democrático sobre la ilegalidad de la financiación de la “primera línea” por parte de la Colombia Humana; y que acto seguido la emprendiera contra nuestro partido. Es el síntoma de que la contienda electoral está empezando.
La alcaldesa afirmó que el uribismo trató de matarla. Lamento mucho sus palabras no solo por falsas, sino porque en un momento de tensión son una incitación contra el uribismo. Millones de colombianos que nos circunscribimos a una ideología política pacífica, democrática, respetuosa de la ley fuimos señalados de ser criminales; de querer matar. Me preocupa el efecto de sus palabras. Pueden provocar una nueva oleada de amenazas en nuestra contra. Jóvenes de nuestro partido han sido severamente amenazados, algunos incluso han sufrido atentados, por ser uribistas. Las plataformas del paro han sido utilizadas para filtrar datos personales y familiares de nuestros jóvenes y dirigentes. Hemos sido amenazados de varias maneras. Ojalá la política en este país transite hacia la discusión argumentada, y no la fácil estigmatización que en medio de la crispación y la violencia puede traer consecuencias que nadie desea para Colombia.
El autodenominado “centro” critica la polarización. Señala a los “extremos” y estratégicamente se ofrece como la alternativa a la confrontación. Lo hacen sin observar -en el mejor de los casos- que están atacando con igual o más virulencia. Lo hacen sobre la base de que la política es un eje continuo y por lo tanto unos están de un lado y otros de otro, y algunos pueden estar en el cómodo centro. Tengo la impresión de que la política es mucho más compleja que dos nodos. Es más bien un espacio lleno de dimensiones, de matices, de diferencias, donde las distancias a veces son más amplias y en otras ocasiones hay coincidencias inesperadas.
Por otro lado, sostienen los del “centro” que no son malos los bloqueos, que incluso hay algunos bloqueos legales; que el vandalismo en su justa proporción es aceptable. Y nos vienen demostrando que consideran que esos nuevos derechos de bloquear y vandalizar tienen una entidad superior al derecho fundamental al trabajo o a los derechos humanos a la movilidad y la seguridad. Lo que es más grave, los alcaldes del centro y la izquierda han decidido mantener inactivas las fuerzas del orden. Sobre la base, casi, de que la fuerza, cualquiera, es ilegítima.
Todos rechazamos al unísono la violación de DD.HH. por parte de hombres de nuestras fuerzas. Todos esperamos que haya sanciones a ello. Sin embargo, la izquierda y el centro estigmatizan a toda la fuerza y condenan a todos sus hombres sin fórmula de juicio e irrespetando la presunción de inocencia. Parecen querer someter al país a la desaparición del uso de la fuerza del Estado. La fórmula puede ser llamativa, seductora; pero lejos de acercarnos a la vida ideal donde todas las violencias cesan, nos llevan de regreso a las épocas donde las violencias privadas e ilegales nos secuestran, suprimen los derechos y garantías ciudadanas, y el Estado mira entre indiferente, inútil e irresponsable.
La historia reciente de Colombia nos enseñó es que la fuerza del Estado garantiza la seguridad y en ese ambiente todos los derechos de todos los ciudadanos tienen cabida. Garantizar la seguridad no es un deber; es una obligación. Cúmplanla.