Por las redes circulan opiniones del físico Stephan Hawking, algo lúgubres como es de esperar de un especialista en agujeros negros. Dijo “Las máquinas no traerán un Apocalipsis, pero la avaricia humana lo hará”. Pronostica que “la inequidad económica se dispararía a medida de que los puestos de trabajo se convirtieran en tareas automatizadas, ocupadas por las máquinas, y los ricos, dueños de esas máquinas, se rehusarán a compartir el rápido bienestar que este proceso les generaría”. Y asegura “Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo las cosas son distribuidas. Todos pueden disfrutar de una vida de lujos si lo que producen las máquinas es compartido, o más personas pueden terminar miserablemente pobres si los dueños de las máquinas hacen lobby en contra de la redistribución. Hasta ahora, la tendencia parece inclinarse por la segunda opción, con la tecnología volviéndose cada vez más inequitativa”.
“Esencialmente, los dueños de las máquinas se posicionarán como la burguesía de una nueva era, en la cual sus corporaciones no proveerán de puestos de trabajo a las personas”. Y en consecuencia, “el tan temido Armagedón no vendrá de la mano de los robots (como tantas películas de ciencia ficción nos han querido hacer creer) sino que será generado por el propio ser humano”.
Es una probabilidad que el capitalismo, que es en esencia la tecnología al servicio de la codicia, y ha elevado esa codicia a la dignidad de virtud o a motor social, pueda causar una catástrofe. Y ya lo ha causado a las otras formas de vida del planeta. Hay ecologistas que consideran el daño planetario como irreversible y que nos aproximamos a una nueva glaciación vía el recalentamiento mundial, que derrite los polos, enfriando las corrientes marítimas que determinan la duración de los inviernos.
El prolijo estudio de Piketty sobre la súper concentración de la riqueza, no presagia nada bueno. Y el propio Marx, errado en la solución, acertó en el diagnóstico. Pero en la compleja vida social los hechos no tienen la inexorabilidad de la física. Hay luchas que ya afloran, hay nuevas formas de comunicación que facultan a las nuevas generaciones a defenderse de prácticas plutocráticas y oligopólicas. Incluso la Iglesia Católica ha enfatizado su compromiso con los marginados, y los políticos más lúcidos tienen los índices Gini de concentración como punto de mira decisorio, índice que no puede sustituirse con la mano en el pecho hablando de tener un corazón grande, haciendo pistola.