Las noticias instantáneas nos llegan por pantalla. La tan apreciada “chiva” es, para la prensa, un animal en vías de extinción.
El periodismo en la era digital busca sobrevivir, que no se esfume como los almacenes de discos ante el embate de servidores como Youtube en este perpetuo y acelerado cambio.
Ya los diarios no pueden, tampoco, ser simples voceros de línea partidista o de propaganda ideológica. Los blogs comprometidos cumplen con esa función en que las noticias no lo son, sino que parecen un relato en el cual la compleja realidad se mutila para acomodarse a sus coherencias monstruosas. Es la simplificación.
El periodismo sigue siendo como lo pensaba Albert Camus, un intento de explicar el mundo en el que nos correspondió vivir. El embate que sufre es el de la comprensión, como ocurre en todo proceso de conocer. Y la distinción entre las simpatías y los hechos políticos se convierte en un campo de batalla. Así se nota en el enfrentamiento de la prensa tradicional con la facción de la realidad “alterna” representada en el norte por los seguidores de Trump, y no basta con satanizarla o llamarla estúpida, por cuanto es parte de la realidad que ganó el poder. La prensa se ha quedado corta ante ese fenómeno. En esos casos se hace patente el factor de lo irracional en la vida social, que en buena parte refleja la irracionalidad de la distribución mundial de la riqueza.
En la breve historia de la época digital WikiLeaks ha cumplido con denunciar las maniobras secretas que los gobiernos y empresarios hacen a espaldas y en contra de los ciudadanos. La forma, por ejemplo, en que los servicios secretos grababan las conversaciones privadas de los presidentes europeos aliados. Las cuentas clandestinas de consorcios y potentados que evadían impuestos. Y un sinnúmero de hechos que hasta ese momento escapaban al dominio público. De modo que con razón WikiLeaks, como referente histórico, ha sido comparado con el advenimiento del Enciclopedismo francés contra el oscurantismo borbónico. Oscurantismo que creía que sería mejor que la gente no supiera a que supiera, y por eso se llamó así.
Naturalmente el fundador de Wikileaks es un prófugo y para el establecimiento estadounidense y británico, es un malandrín. Y por coincidencia enteramente circunstancial y fortuita ha recibido favores de Rusia, pero el hecho en sí mismo es que los cibernautas del mundo tienen una nueva herramienta democrática para enfrentar los atropellos del secretismo estatal, incluyendo naturalmente al de Rusia como bien lo saben los opositores de Putin.
Pero en esta época de superconcentración de la riqueza lo que salta a los ojos es que el establecimiento anglosajón vuelve al oscurantismo reprimiendo a ese brote de inteligencia colectiva que se expresa en WikiLeaks. Y del cual se aprovechó con éxito Trump en su campaña electoral, plena por lo demás de desinformación. Y una vez más el espíritu se enfrenta a los detentadores del poder con la herramienta del conocimiento.