Es justo señalar que el debate lo encabezan mayores de cuarenta años. Los más jóvenes la disfrutan y pocos la cuestionan. Partamos de sus ventajas. Si éstas no fueran tan evidentes, el riesgo aparejado no sería digno de tomarse en cuenta. Con YouTube y servidores similares, se tiene a la mano la música universal con un simple clik. Antes no todos tenían como conseguir discos. Y más o menos se sabía quiénes tenían la mejor colección de música clásica, la de tangos, la de rock y demás, en cada ciudad. Solo unos pocos poseían las voluminosas enciclopedias que ocupaban tanto espacio en los estantes. Hoy con buscadores como Google las enciclopedias y los diccionarios devinieron anacrónicas para las nuevas generaciones.
La información (a veces inexacta, pero valiosa) está a la mano de quien tenga Internet. Está ahí aun cuando, claro, no obliga a nadie a que la consulte. Esa curiosidad vital no la otorga la técnica, faltaba más. Pero la posibilidad se ha abierto a un público mucho más numeroso. Como no hay adquisición sin pérdida, en resumen se extinguieron las disquerías. Del mismo modo como tienden a extinguirse los otrora poderosos centros comerciales por la competencia de ventas directas en la Red, tipo Amazon.
Ahora bien, la otra facilidad de información interpersonal en la red no va aparejada con una mejora sustancial de la formación. Ese es el problema. El índice indicativo del crecimiento educacional no es superior ni guarda proporción con la mayor información recibida. ¿Y eso qué importa? Pues que la interconectividad sin ese crecimiento interior de la inteligencia, deviene en brutalidad colectiva, la acrecienta. El usuario joven se ve bombardeado por todo lado con una anarquía confusa de opiniones absurdas. Como estas prevalecen y no requieren mayor estudio para ser repetidas, se le imponen como realidad. Esto ya tiene efectos políticos evidentes y graves.
Se podría pensar que la necedad y los necios han existido siempre (la biblia dice que son infinitos) o también suponer que la red tan solo los hace más evidentes. El asunto es ahora bastante más complejo. Las nuevas generaciones usan más la red como diversión. De modo que sabiendo leer y escribir, son analfabetas culturales. Y una opinión que reciben solo es cierta, para muchos de ellos, si tiene más “likes”. Es un rasero numérico, una suerte de oclocracia masificada. Los análisis serios pocas veces hacen parte de ese ludismo complaciente y amiguero. ¿Qué hacer? Pues no hay respuesta, esa es la verdad. Para comenzar no sabemos qué impacto sensorial tiene para la generación de los centeniels (post-milenios) estar seis horas diarias ante un IPhone o una tableta. Se cree que la miopía resultante podrá producir mutaciones en el ojo humano. Y eso solo en cuanto a la optometría. No sabemos lo que ocurrirá con el cerebro al no ser usado sino como complemento de otros. Y en cuanto a la organización del poder social, el asunto es mucho más confuso.