La mente humana (por ahora no la artificial) se ríe ja-ja, frente al humor, hace ¡ah! ante el arte, y exclama ¡oh! ante lo numínico religioso y, ¡ajá! ante el hallazgo de las ciencias
Somos desde la antigüedad: Homo Ludens, Homo Faber, y Homo religiosus. El humor, la metáfora, la meditación y el raciocinio son los puentes que intentan superar la escisión intima en la cual estamos subsumidos debido a nuestra composición evolutiva. Las formas disímiles de nuestros tres cerebros, los dos antiguos de reptil y mamífero, y el más reciente, el neo-córtex. Esa capota propiamente humana que está en perpetua lucha con los otros dos, procurando una congruencia entre los apetitos y la razón. No siempre con éxito como habrá notado el lector.
La ciencia física se impuso como rectora entre los siglos XVII y principios del XX, desalojó el aspecto numínico. Y relegó el arte a un papel subsidiario. Esto a pesar de que científicos como Newton, Gregorio Mendel, Leibnitz y Descartes eran profundamente creyentes. Este último, por ejemplo, al mismo tiempo que creó el escepticismo lógico hacia procesiones a la virgen de Loreto.
Entendía que su ciencia daba sombra, pero no daba vida y era solo una de las formas de describir el universo. Era sin duda una narrativa importante, pero todos ellos habrían considerado un exabrupto el desalojo de las otras. Ese desalojo reduccionista y castrador duró casi tres siglos. Pero desde el siglo pasado, y en el seno mismo de la sobredimensionada ciencia Física, surgió la teoría cuántica en especial con Heisenberg, Bohr y Bohm, que reposicionaron al sujeto (a la mente humana) como parte constitutiva de cualquier hallazgo, de cualquier conclusión. “La escala de observación acaba creando el fenómeno” decía el genial Whitehead. Sin embargo, el ambicioso cientísmo aún no digiere ese hallazgo que lo mató.
La física tradicional al intentar dar explicaciones totales desde su único ojo, terminaba por postular cosmogonías que existían desde hacía milenios, es decir caían en lo que ellos llamaban con desprecio “mitos”. Sin entender el valor esencial del mito en nuestra mente. Pues solo el mito consigue validar como verdad humana lo que es meramente cierto.
Las diversas hipótesis sobre el origen y el sentido o sin sentido del universo, retoman los temas míticos de Gaya, Eros, Caos, y últimamente del Tao (el físico J. Capra) o de los ciclos hinduistas.
Y como la ciencia “no sabe qué es lo que sabe” retoma tesis filosóficas antiquísimas que van desde Demócrito, Parménides y los Eleatas, Platón y Aristóteles. Lo cual es reconocer que el lenguaje de la matemática es débil en la descripción, y que algunos científicos cuando opinan más allá de su área de especialidad hacen ruborizar.
El único intento de crear una sociedad sin dimensión lumínica terminó con la URSS. De las 21 civilizaciones, todas han tenido una religión originaria que intentó dar respuesta a la pregunta por el origen, el significado y la finalidad.