Se pueden juzgar por la respuesta ante una crisis. Así, ante el soborno de Odebrecht, Brasil y Estados Unidos recuperaron de inmediato lo perdido. República Dominicana, más pequeña, recuperó con diligencia, el doble del monto del desfalco… Perú hizo válidas las cláusulas civiles para resarcirse por los daños en su infraestructura física y moral. El gobierno de Colombia sin haber recuperado hasta ahora ni un dólar, “ha tramitado iniciativas para ajustar la normatividad existente” dice la prensa. Son once proyectos, podrían ser trece o veinte, el asunto es vano y sufre del complejo decimonónico de “hay que echarse el decretico, ala.” ¿Y el dinero perdido?
El colombiano promedio no cree en las instituciones. Ante un semáforo que lo favorece, duda. Y a veces disminuye la velocidad ante la luz verde. Es algo instintivo que se puede comprobar más allá de esta u otra encuesta de opinión. De modo que en su psiquis no hay defensa ante un caudillo que, por ejemplo, ignore de frente la Constitución rebajando sus mandatos a “articulitos”, y procediendo a violarla vía el cohecho. En consecuencia ante desfalcos billonarios como el de Reficar refinanciado durante el gobierno del caudillo y prolongado por el actual, no hay manifestaciones masivas contra la corrupción como las de República Dominicana y Panamá. De modo que la administración de justicia sigue igual de morosa, y demora en fallar pleitos civiles más de veinte años, incluso cuando estos tienen impacto social, tal como el pago de lo no debido hecho por miles de ahorradores a las codiciosas corporaciones de vivienda. Los incautos desplumados no han recibido compensación alguna tras dos décadas y aun con el fallo del Consejo de Estado, sigue la desidia. Y no tienen a quien acudir.
Hablando de administración, la actual alcaldía tras catorce meses está en babia. Es asombroso que sea este alcalde el mismo que antes hizo tanto por Bogotá. Quizás entonces no tenía tantos compromisos con los intereses de los constructores. Su decisión de acabar con la olla del Bronx que parecía tan acertada, resultó un fiasco improvisado. Con el objeto de no alertar a los mafiosos grandes, no preparó a los centros de salud ni a los servicios de atención social para los desplazados. Parece un chiste pero fue así. Cuando dio la orden se vino la desbandada, una verdadera metástasis para los barrios vecinos. No se detuvo a ningún capo que, por supuesto, habían sido puestos sobre aviso quizá por la propia policía…
La mala administración es otro cáncer.