El tímido lanzamiento de la precandidatura presidencial del señor Humberto de la Calle no se acompañó del entusiasmo y difusión mediática que era de esperarse, tratándose del hombre que lideró la delegación del Gobierno durante la negociación en La Habana. Sin carisma y con la misma retórica apocalíptica utilizada a lo largo del debate sobre el acuerdo final, su aspiración halló muy poco eco en la opinión, a pesar de su despliegue mediático. Ni en los pasillos del Palacio de Nariño, ni en los partidos de la unidad nacional se escucharon voces de ánimo y respaldo. Por el contrario, su soledad aumentó con la simultánea defección de su escudero, Sergio Jaramillo, que prefirió buscar reposo en la plácida vida diplomática para dar paso a un Caballo de Troya al interior de un sector de la oposición.
No es De la Calle el hombre para la batalla que se avecina. Las dimensiones de la elección presidencial del 2018 van mucho más allá de la escogencia de un nombre porque de lo que se trata es de moldear un régimen que sustituya al que entregaron en La Habana. El precandidato ya cumplió con la tarea que le fue asignada. Todo el acuerdo abunda en la determinación de la exclusiva responsabilidad del Estado en el origen y desarrollo del conflicto, recogida además en los actos legislativos y leyes recientemente aprobados por el Congreso. Ahora creen necesaria una coalición que permita una transición de 12 años para el establecimiento de un régimen que satisfaga la visión de un socialismo de nuevo cuño. Allí estarán los que comparten los fundamentos ideológicos como Piedad Córdoba y su Marcha patriótica, las izquierdas de Petro, Robledo o Clara López, así como los “indefinidos”, estilo Fajardo, o los que se comen el cuento del Estado excluyente, como si no fueran a compartir su lucha con quienes hoy cogobiernan y apresuran la captura de la institucionalidad por sus conmilitones. Se abre el mecanismo para escoger el portaestandarte de esta variopinta alianza y en ella será factor preponderante el presidente Santos. Tan solo están abiertas las postulaciones.
Las fuerzas opositoras a la entrega continuada de la institucionalidad democrática tienen la obligación de acertar en los fundamentos de su alianza y en el nombre de su portaestandarte. Convicciones y carácter acendrados para garantizar la vigencia de un régimen de libertades, la recuperación de principios y valores y la cohesión del tejido social deben prevalecer. No tienen cabida ni los intereses subalternos, ni favoritismos caprichosos, ni la inexperiencia evidente, ni el sectarismo partidario. Los expresidente Uribe y Pastrana y los aspirantes deben estar a la altura de sus responsabilidades. La coyuntura no permite equivocarse.