Al estallar la primera bomba atómica, todo cambió, empezando por el sentido de la guerra. Pero nuestro pensamiento no cambió, seguía igual como lo notó Albert Einstein, que veía más sencillo dividir el átomo que superar un prejuicio.
La figura del universo como máquina, el maquinismo, continuó. Su método fue el análisis, la reducción del todo a la unidad mínima, en aras de la comprensión. Es decir, el universo a ceniza, fue su eficaz metáfora. Pretendía entender la flor a partir del fertilizante.
Pero desde la década del sesenta, imperceptiblemente se ha forjado una nueva mentalidad que se impone (no por que la anterior sea refutada) sino porque su aporte, el útil análisis, es superado en una suerte de espiral de la consciencia.
Con la peste se vislumbra un mundo regido por otro “logos”. Ya los esquemas heredados para comprenderlo no “funcionan”. Por supuesto se notaba que la bipolaridad Capitalista- Socialista, hacia agua. Pero también todo el mecanicismo sobreviniente de la física de Newton.
Entre los más recientes representantes del nuevo logos están el eminente físico- filósofo, Juan Arnau, Skolimowski fundador de la Ecofilosofía, Morin el pensador de la complejidad, el antropólogo Gregory Bateson. Y estos a su vez reconocían su deuda para con Teilhard de Chardin, con su tesis sobre la evolución de la materia que tiende a la complejidad hasta desembocar en nuestra autoconsciencia. Ni más ni menos la forma en la que el universo se celebra (y cerebra) a sí mismo.
En suma, somos una consciencia cósmica. Esa tesis evolutiva en la que todo lo que asciende converge, repugnó a los cientistas para los que la vida humana es un azar insignificante, en un universo sin sentido, y por ende postulaban una ética corroída por el nihilismo, implícito en el sistema analítico que además disuelve a los valores en átomos. La contaminación fue, también, interior.
El maquinismo acabó con la empatía como forma del saber. Negó las preguntas últimas. Y produjo a personas frías sin el coraje de amar, en aras de la “objetividad”. Objetivamente han dislocado a la madre tierra. Ese progreso devino en alienación y su “razón” en una fuerza de opresión, como lo mostró Marcuse.
La joven generación “del coronavirus” es síntoma y diagnóstico de un logos en lenta gestación. De algún modo ha absorbido esa nueva espiral de la consciencia. Por supuesto ya enfrenta inerme al poderoso statu quo. Es que el nuevo logos (una singularidad en milenios) ha minado desde dentro a los poderes mismos. En fin, La Edad de Piedra concluyó sin que desaparecieran las piedras. La URSS y El Muro colapsaron sin disparar un tiro.
Así la revista Forbes que exalta el ego del tener por encima del ser, se encontró con que las dos mayores fortunas del planeta habían donado, a una fundación para el desarrollo y la educación, sus capitales. De modo que el que tenía la tercera fortuna y no hizo lo propio, quedó ¡como el avariento tío Rico Macpato!