Más de 6.000 delegados asistieron a la Convención Conservadora en noviembre del 2016. Fue la revancha de los congresistas contra Marta Lucía Ramírez, quien cuatro años antes los había derrotado en un escenario similar y para sorpresa de todos. De todos, menos de ella, pues con coraje y sin descanso se había movido por todo el país seduciendo a las bases con un mensaje inteligente que despertó al Partido Conservador. Dos millones de votos, de lealtad reiterada, depositados en la primera vuelta presidencial del 2014 fueron la expresión de esa esperanza. Luego de la convención citada la bancada azul, ufana por su demostración de fuerza, y con el olfato político averiado, se dedicó al cálculo posibilista. Por el contrario, Marta Lucía, con su espíritu soberbio acicateado por el reto, se dedicó a impulsar su propia candidatura. Lo demás es muy reciente y está fresco en la memoria de los colombianos.
Ahora, cuando ante la amenaza del populismo del siglo XXI, los congresistas azules no han vacilado en respaldar la formula presidencia Duque-Marta Lucía, se puede decir que ha comenzado una nueva etapa en el discurrir histórico del Partido Conservador Colombiano. Esa etapa debe estar orientada a comprender y asimilar las complejidades de la sociedad actual, con sus necesidades, sus anhelos y sus interrogantes. Los partidos son insustituibles como voceros de la ciudadanía libre. Todos los ensayos contrarios han fracasado, son efímeros o se convierten en la ruta para horadar la democracia. Desde esa premisa hay que partir para fortalecer los partidos en el respeto a la legitimidad de las urnas. Pero hay que tomar conciencia, a su vez, de que esa legitimidad debe ganarse generando soluciones a los problemas esenciales de la comunidad. De no enfrentarlo así continuaremos con el declive de los partidos y con una democracia cuestionada por ineficaz y débil.
Se dice que llegó la hora de la nueva unión conservadora. Eso es fácil hacerlo mecánicamente. Sin embrago, el problema del conservatismo es más serio y profundo. Se ha perdido la comunicación con las masas urbanas. Un representante de 18 en Bogotá, ningún senador en el Valle del Cauca, ningún Alcalde en las capitales de departamentos, y en cada elección menos curules, son la evidencia de la decadencia. La unión horizontal de los congresistas, quienes han dirigido el partido en los últimos lustros, se ha convertido en montonera y cada uno, bajo el paraguas del voto preferente, jala para su propio catabre. Mientras eso sucedía, Martha Lucía Ramírez, con autonomía de vuelo, presentaba al país un pensamiento moderno y dinámico, a la altura de los avances incontenibles de nuestro tiempo. Desde el disenso ha salido victoriosa en la lucha por la democracia interna de la colectividad azul. Con ese mismo talante rema al ritmo de Iván Duque hacia la Presidencia de la República. Ambos le hablan al ciudadano no al elector. Marta Lucía ejercerá su cargo con la capacidad que se le reconoce y admira. Con la Vicepresidencia también se ha ganado la jefatura moral del conservatismo colombiano.
En esa travesía el expresidente Andrés Pastrana ha sido un capitán inflexible. No cambió nunca el rumbo de la nave que hoy se dirige a puerto seguro. Se merece el reconocimiento que desde aquí le tributamos.