Cuba, desde el ascenso al poder de Fidel Castro, ha ejecutado una política intervencionista y terrorista en toda Latinoamérica que le garantice supervivencia más allá de los cambios que se surtan en el escenario mundial. Fue el difusor de la utopía comunista así como protector y abastecedor de las guerrillas que se conformaron en el marco de la Guerra Fría, sin que la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS alterara su actitud.
Apadrinó a Salvador Allende en Chile, aleccionó y adoctrinó al Frente Farabundo Martí en el Salvador, al Sandinisno en Nicaragua, a la Unrg en Guatemala, al Eln, las Farc-Ep y el M-19 en Colombia y estableció filiación paterna con Hugo Chávez y Maduro en Venezuela. Supo ajustarse a los procesos de paz en Centroamérica y Colombia, trocando las armas por astuta diplomacia, que lo convirtió en impulsor malicioso de negociaciones de paz en el caso de Colombia y las Farc-Ep, y en garante parcializado en las fallidas negociaciones de Colombia y el Eln. No cabe duda de que entendió que en la política exterior están vedados los sentimientos y prevalecen siempre los intereses.
Por ello, sorprendió el reciente memorando del embajador cubano en Colombia, en el que alertaba al gobierno sobre un supuesto ataque del Eln en Bogotá, cuya “verosimilitud” no estaban en condiciones de evaluar, pero con la salvedad de que “la delegación del Eln en La Habana no tenía ningún involucramiento en las decisiones militares”. Llama la atención el inusual comportamiento del embajador, un avezado personaje en tareas de inteligencia, quien, al develar la ignorancia de sus huéspedes en las decisiones militares de su bandería, los descalifica como negociadores de paz. También asombra que se negara a aportar cualquier información adicional a la cancillería colombiana, lo que a todas luces constituye una actitud “inaceptable”.
¿Qué pretende el gobierno cubano? La respuesta no será reverdecer el amor de Cuba por la paz en Colombia, como pretenden los conspicuos representantes del progresismo colombiano en sus frecuentes trances de irreverente cinismo. Convencer a los Estados Unidos de que Cuba no es un Estado terrorista requiere mucho más que la divulgación de una noticia sin información que le confiera, aunque sea, apariencia de veracidad. Inducir a Colombia a no insistir en su solicitud de extradición de los capos elenos consentidos en La Habana sería pueril iniciativa, impropia de la experiencia y malicia del régimen dictatorial cubano. Convencer a Colombia de la división de los órganos de mando elenos, equivaldría a hacer inviable cualquier negociación.
Todo indica que esta pantomima sólo pretende levantar una cortina de humo sobre las permanentes actividades de inteligencia que ejercen Cuba y Venezuela en Colombia, con el apoyo del saber ruso, para intervenir en las elecciones de 2022 y alterar el escenario geoestratégico de la región, como ya se observa en Ecuador, Perú y Chile. El gobierno colombiano cuenta con información de inteligencia que confirma acciones y objetivos. Le corresponde ejercer liderazgo para impedirlo