Tienen entre 20 y 35 años. Están saliendo de su sobre prolongada adolescencia, etapa auto centrada del “selfie” (la generación del yo, yo, yo, la llamó la revista Times), es como si nacieran con un pliego de peticiones, una extraña noción de que la vida les debe algo.
Son enteramente digitales y por ende han escrito obsesivamente vía chat más que sus antecesores, están ya en proceso de aprender también a leer. De veras a leer. Su consumo de libros está orientado a textos de auto ayuda, lo que, si bien es buena señal, también es un síntoma del despiste en el que andan.
Son supremamente crédulos según parece. En Francia, por ejemplo, la mayor parte de los psicólogos graduados viven de la astrología, la adivinación por cartas, ángeles y demás.
Pero esa generación en asuntos religiosos es escéptica, si bien de un modo “light”, toman los rituales como una ocasión social, no más. Son más sensibles en asuntos ecológicos, y he visto a algunos en el campo, tomar con asombro una foto a una vaca y compartirla, como algo inédito, con sus amistades. Amistades digitales muchas en la red, en realidad y en un apuro, muy pocas.
En general, al parecer, tienen menos ingresos que sus padres y abuelos por la concentración económica, y resienten las condiciones de la vida laboral tan distinta a la poca paciencia que les dio la facilidad de la cultura clic, en la que se criaron.
Esta generación casi apolítica, en Alemania apoyó a la Merkel, y a Macron en Francia en las últimas elecciones. Se opusieron sin éxito al Brexit en Gran Bretaña. En Colombia son alérgicos al extremismo de derecha y de izquierda, pero sin excesos en el rechazo, lo hacen como tantas otras cosas con el sentimiento de superficie de un mundo en el que todo es excesivo, pero sin intensidad.
La maravilla que les ha permitido vivir en una era digital, tiene empero ciertos efectos secundarios como es el déficit de atención que según estudios oscila entre cuatro y seis segundos, mientras el de un pez dorado alcanza a los ocho segundos. No es un buen punto a favor de la evolución de nuestra especie. De seguro, así como superarán la edad narcisista del selfie, la dura realidad los llevará morosamente a fijar más la atención en algo más allá de si mismos, pero a un costo emocional bastante más alto que el pagado por sus más disciplinados (y sin duda a su entender oprimidos) ancestros. De algún modo que no corresponde con nuestra, también, muy limitada visión del mundo, las nuevas generaciones podrán decantar la experiencia cultural milenaria del cual son herederas. Pero es una herencia que solo la recibe aquel que la descubre. Su escepticismo respecto a la cosa pública no es enteramente de su responsabilidad. Basta con notar como aquí los políticos solo hablan de la consciencia para decir que “la tienen limpia” y a eso lo llaman “Cambio Radical”.