En los años 50, cuando intentaba ya comprender como funcionaba el mundo, la expresión usada para confirmar la veracidad de una noticia era: lo dijo El Reporter Esso. El noticiero radial, emitido por las emisoras de Caracol, en la voz de Marcos Pérez Jiménez, un gigante de la radio que había adquirido por su rigor y puntualidad la categoría del Evangelio.
Unos de mis maestros de primaria, en la Galeras bucólica de la época, al terminar sus clases montaba en mula y recorría el pueblo para poner inyecciones a domicilio. Como no dejaba su viejo radio ni siquiera en el aula, iba dando las noticias por donde pasaba. Cuando se veía a lo lejos la figura rubicunda de don Sotero Coley, la gente avisaba alegre: ahí viene El Reporter Esso.
Hoy, desafortunadamente, se deben oír o leer varios medios de comunicación para tener la certidumbre de la información. ¿Cuándo empezó a perder credibilidad el periodismo colombiano? Esta es una pregunta para la encuesta que busca “establecer con precisión las razones que tiene la opinión para desconfiar del periodismo colombiano”, según lo advirtiera Juan Gossaín, en la más reciente de sus deliciosas páginas en El Tiempo.
Puede ser culpa del mal lector que soy yo, pero no he visto ni he oído comentarios, referencias, análisis, refutación o respuesta a los señalamientos, nada nuevos, de Gossaín. ¿Se trata de un repliegue medroso de los que se sienten aludidos? No lo creo. Los periodistas colombianos son valientes y orgullosos de su oficio. Es cierto que se les nota compitiendo con la velocidad de las redes sociales. Y esa no es la tarea de los formadores de opinión. Algunos reporteros encumbrados pretenden ser sabios. Al entrevistado, sobre todo si es funcionario público, no se le hacen preguntas, se le hacen acusaciones. Es decir, los periodistas ejercen como fiscal y juez sin conceder apelación alguna. Bueno sería que repasaran las “100 dosis de ética para un buen periodista”, que publicara el inolvidable Javier Darío Restrepo. “En cuanto el periodismo se ejerce como poder, pierde su esencia y se convierte en otro más de los poderes que se disputa el control de la sociedad mediante el uso de la fuerza, del dinero o de las argucias de los políticos”, dice en una de sus dosis.
Entre el futuro con sombras que entrevé Gossaín, me inquieta la afirmación de los candidatos presidenciales del Pacto Histórico, según la cual en Colombia no hay democracia. Desde esta columna hemos reclamado por una democracia eficaz que resuelva los problemas de la gente y le hemos recordado a los gobernantes que “el verdadero fundamento de todo gobierno es la opinión de los gobernados”. Pero, decir que en Colombia no hay democracia puede ser el anuncio ominoso de que se pretende destruirla. Ahora, ni desde los otros candidatos ni desde el periodismo se ha refutado semejante afirmación. ¡Les corresponde pronunciarse!
Este siglo XXI que nos ha devuelto al pasado de pandemias y guerras, ¿nos traerá también el centralismo democrático que aplicara Lenin? ¿Regresaremos al bando?
El inspector de policía de Galeras publicaba todas sus decisiones con un solemne bando: un agente tocaba el redoblante en las esquinas principales para convocar a reunión de la barriada. Enseguida, otro agente con uniforme, cachucha y espadón tomaba la bocina y leía la trascendental decisión. Solo se daban las noticias oficiales. Puro Centralismo democrático.
PS. Muy importante el encuentro de los presidentes Biden y Duque: Colombia aliado principal extra-OTAN de los Estados Unidos