Gustavo Petro terminó colonizado por Francia Márquez, su candidata a la vicepresidencia. Sus últimas intervenciones indican su adhesión al wokismo con el que se pretende imponer un totalitarismo de Estado que, al tiempo que apunta a la deconstrucción de tradiciones e instituciones, se abroga la potestad de definir la verdad para el conglomerado social.
La calificación arbitraria de grupos sociales como agresores y opresores, imprime a la política agresividad y un carácter punitivo que induce a una perniciosa lucha de identidades, amén de estigmatizar el desacuerdo con visiones racialistas y sexistas, e imponer una inquisición permanente que excluya al disidente del acceso a la institucionalidad y lo condene al silencio. Es un sistema que ignora la compasión para protegerse de eventuales y futuras derrotas. Cercena las libertades, sanciona la crítica y dogmatiza el pensamiento, sometiéndolos a la verdad oficial. Constituye la versión contemporánea del totalitarismo.
El wokismo es un reto también en otras latitudes, pero entre nosotros se ha valido del espíritu parroquial que nos ha caracterizado como sociedad y que nos mantiene en una burbuja que nos aísla e inexplicable en un mundo hiperconectado en tiempo real. Ello ha permitido un contagio selectivo en el escenario político, su avance imperceptible en los claustros universitarios y en los medios de comunicación, que han facilitado su difusión en narrativas de aparente inocencia para consumo de la opinión pública. Hoy, hace parte de los contenidos del pensamiento político correcto y es materia prima para el ascenso de proyectos totalitarios que se observan en el mundo occidental a pesar de ser el principal cultor del régimen democrático. Ello explica entre nosotros la paradoja de que el racialismo, pueda pregonarse en una sociedad caracterizada por la mayoría prevalente del mestizaje entre las distintas razas que conviven en su seno.
El wokismo constituye la expresión política de la escuela de la deconstrucción, elaborada por filósofos franceses en el siglo pasado, que encuentra naturalmente en el cultivo y expresión del odio la mejor herramienta para la consecución de sus objetivos sociales y políticos. Así lo entiende Francia Márquez y así lo practica Gustavo Petro, con la desmesura que se requiere para sepultar los valores esenciales de la civilización que pretenden suplantar.
Ello explica sus invectivas, descalificaciones y estigmatizaciones, dirigidas a las instituciones que pretenden arrasar y a sus defensores, que incrementarán sin descanso cobijados por el desasosiego ciudadano y la impunidad que han sabido fraguar en Cortes nacionales e internacionales. La patria les incomoda porque les es ajena. Su meta es un mundo subyugado por sus ansias de poder; en el que se materialicen los privilegios de sus apóstoles que, pretendiendo priorizar la vida, entronizarán la muerte como instrumento de gestión social y política. Curiosa manera de alcanzar la igualdad. Es una experiencia que otros en el continente ya están sufriendo y que estamos a punto de padecer.
Los colombianos nos jugamos el destino el 29 de mayo y el 19 de junio, y de nosotros depende que la noche más oscura anuncie siempre el nuevo amanecer.
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