El presidente Petro ha resultado muy malo para gobernar. Sigue buscando ser candidato para poder explayarse en discursos largos que prometen un nuevo mundo.
La idea de la Constituyente hace parte de los esfuerzos para volver a estar en una contienda política donde no se miden las ejecutorias, sino las promesas. Sin embargo, el presidente publicó algunas pistas sobre esa propuesta.
Habló de la eliminación de la expropiación administrativa con propósitos de reforma agraria, lamentó que no existiera. Pareciera que el presidente no logra entender que para atraer inversión en el agro se necesita seguridad jurídica, sin ella, nadie, absolutamente nadie, invertiría un solo peso. El agro colombiano es un negocio difícil. No sólo por las complejidades climáticas sino, también, por una tierra escarpada imposible de maquinizar, pocas vías, dificultades de cualquier permiso para riego o para almacenamiento de agua, bajos precios del mercado y controles fitosanitarios en el exterior…
Insiste que el problema de la educación es de recursos. Parece desconocer que tenemos muchos colegios y universidades de garaje en el sistema público. El problema de calidad no es sólo de recursos, falta evaluación y competencias en muchos docentes… Es paradójico que un gobierno que no es capaz de ejecutar el presupuesto, culpe la falta de recursos a la pésima calidad de mucha de la educación pública.
Se queja el presidente de que no haya un ordenamiento territorial nuevo. Otra vez desconoce las complejidades de los territorios y pretende que algún sabio desde afuera venga resolver tensiones que han sobrevivido siglos.
El presidente sostiene que los derechos laborales dependen de la ley y no de las capacidades económicas del sistema productivo. Es como si deseando las cosas sucedieran. No porque se aspira a tener mejores salarios la economía tiene cómo pagarlos.
Por supuesto, habla de la descarbonización de la economía, y alega que como en el 91 aquello no existía, Colombia no lo ha hecho. Nuevamente el presidente muestra su enorme desconocimiento del país y la política pública que lo rige. Colombia es una de las naciones latinoamericanas que más ha avanzado en la senda de la transición energética. Eso sí, sin renunciar a los derechos que corresponden a los países en desarrollo -que no han sido grandes emisores- y que no pueden renunciar a su desarrollo, pues para nosotros, es claro que aquellos sacrificios les corresponden a las naciones desarrolladas responsables de las emisiones que hoy están en la atmósfera.
No podía faltar la referencia a los procesos de paz. Con frases de cajón insiste en que si todo se cumpliera Colombia sería mejor. Es el mismo discurso que venimos oyendo desde que iniciamos la moda de que la paz depende de los violentos. Si Colombia hiciera un análisis serio sobre los más de 30 procesos de paz que ha hecho, tendría que concluir que de poco o nada han servido. Los negocios ilegales del narcotráfico, la minería criminal y hoy, el tráfico de personas, requieren ejércitos ilegales que los protejan. Cada hombre que se desmoviliza es reemplazado por uno nuevo que se financia con los recursos ilegales, en un ciclo que no termina nunca. Las naciones que viven en paz han usado autoridad del Estado para meter los delincuentes en la cárcel; lo que garantiza una sociedad con un entorno que le permite desarrollarse y un mensaje contundente a toda la sociedad de qué no hay complacencia con quien infringe la ley.
Habla el presidente de la necesidad de garantizar las condiciones básicas de existencia a toda la población colombiana. Para eso no se necesita una constituyente, se necesita la determinación de ir y hacer las cosas. Escribirlas en un papel y reescribirlas varias veces más, no cambia nada. Petro es el presidente de los derechos de papel, cree que entre más escriba más cerca estaremos de realizarlos.
La virtud de un político para ganar elecciones es proponer qué hacer para resolver los problemas sociales; la virtud de un buen político es saber y, sobre todo, ser capaz de hacer. Ninguna de estas dos virtudes adorna al presidente, que piensa con el deseo y rehúye a la acción. Lo suyo son las elucubraciones llenas de palabras y, tal vez, de buenas intenciones, sobre un mundo mejor, que habiéndose imaginado y no viendo realizado; es prueba de la ineptitud o corrupción de lo que se ha hecho, lo que hasta ahora hemos logrado. Ya es hora de que entienda que hacer es mucho más difícil que decir.