Los planes de Dios
LOS planes de Dios superan siempre, y con mucho, los planes humanos. En estas palabras nos parece encontrar un punto de unidad para la meditación en este domingo.
El oráculo del profeta Isaías lo dice de modo muy plástico: como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros. Es decir, para entender el modo de proceder de Dios tenemos que hacer un esfuerzo de elevación. La mente humana es muy pequeña, frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente de que Dios tiene sus propios planes, y que al ser humano le corresponde amoldarse y acoger el plan de Dios, y no viceversa (1L, Is 55,6-9). Esta misma verdad aparece en el evangelio, que nos habla del Reino y nos lo presenta como un amo del campo que sale a contratar a los jornaleros. Un natural sentido de justicia nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquel que apenas ha trabajado alguna hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada ha recibido aquello que le había sido prometido. Por lo tanto, dar lo mismo al primero que al de la hora undécima no es injusticia, sino simple liberalidad del amo del terreno. El tema de los planes de Dios se hace así, el tema de la benevolencia del amor de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. (EV, Mt 20, 1-16a). Esto supone toda una revolución del pensamiento humano, que desea siempre y de modo espontáneo, asegurarse un lugar de preeminencia en las cosas de los hombres. Por otra parte, en este domingo XXV iniciamos la lectura de la carta a los filipenses con un texto espléndido: para mí la vida es Cristo. (2L, Fil 1,20c-27a).
Nuestra época, más que otras, nos invita a informar nuestra mente con criterios cristianos. La mentalidad del mundo es una mentalidad de grande confusión. Se ponen en duda valores primarios como el de la vida desde su concepción hasta su fin natural, el de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, de la autoridad y se quiere someter todo a un relativismo que, por lo mismo, resulta un sistema impositivo. El relativismo, llevado a su última consecuencia, se convierte en un sistema totalitario, donde se debe suprimir a aquel que no comparte la idea de la relatividad de la verdad.
Los cristianos estamos llamados a dar un hermoso testimonio de nuestro amor a Cristo y de la belleza de la doctrina cristiana, que en su esencia, es una doctrina fundada en el amor. /Fuente: Catholic.net